Conductor temerario, hombre, mujer, joven, viejo, ateo, religioso, comunista, capitalista, educado, analfabeta, rico, pobre, nada de eso trasciende, como tampoco en qué transitas: bicicleta, motocicleta, automóvil, tractor, patana, patines, jet ski, aviones, helicópteros… Eres temerario, un peligro ambulante para los demás y para ti mismo y un promotor de la muerte y del dolor; ahí radica tu lamentable importancia.
Y no pocas veces, tú, conductor temerario, cuando cometes tu falta, huyes cobardemente, dejando abandonada a la víctima, la que se desangra hasta fallecer. ¿Acaso piensas que no te atraparán, que el caso será olvidado o que con algunos pesos podrás “resolver”?
No es un asunto legal, porque si se aplica correctamente la ley irás preso y pagarás una multa; es un tema humano, de responsabilidad, de ética, de respeto a los demás. Es no tener conciencia de tus actos, es matar, es herir, es llevar luto a familias, es ver madres con el corazón desgarrado, padres llorando, hermanos y amigos desconsolados.
Hace años, rozando la medianoche, llevaba a dos amigas a su casa. A mi lado se detuvo un vehículo deportivo, repleto de mozalbetes. Me hicieron señas para que hiciéramos una competencia. Naturalmente, los ignoré. Y ellos arrancaron como un cohete, riéndose, burlándose de mi “cobardía”. A los pocos segundos escuché un potente ruido: se habían estrellado contra una pared; hubo dos muertos.
Tampoco olvido esta escena. Regresaba desde Santo Domingo (vivo en Santiago) cuando, a escasos metros delante, observo “un millón de motores” alineados, en plena Autopista Duarte. Lo que menos imaginaba era que estaba en presencia de una carrera. Me detuve. Creí percibir el sonido de un disparo. Y salieron todos como locos, motivados por otros dementes que bordeaban la vía. Resultado: una niña, que regresaba de la escuela, sin vida cuando un desalmado la atropelló.
¿Dónde está la culpa? Podría responder, de manera ligera, que es de las autoridades que no controlan y persiguen estos hechos y de los tribunales que no imponen las sanciones adecuadas. Eso es parte del problema, porque el principal es la falta de educación en el hogar y en la escuela, agravado por la ausencia de efectivas campañas públicas para que conductores (y transeúntes) conozcan sus derechos y deberes.
Hay padres que regalan a sus hijos el vehículo que quieran, no los supervisan, permiten que salgan de madrugada, borrachos. Añoñan tanto a sus principitos que los convierten en seres inútiles, cuando no dañinos para la sociedad. Y termino con una sencilla sugerencia que puede salvar vidas y hacernos mejores ciudadanos: ¿por qué no se enseña en nuestras escuelas la ley 63-17 de Movilidad, Transporte Terrestre, Tránsito y Seguridad Vial?
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