PENTECOSTÉS: DETONANTE DEL CRISTIANISMO

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Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.” (Hechos de los apóstoles 2, 1-11)

Pentecostés comenzó siendo una fiesta agrícola en los inicios del pueblo de Israel. También se le llamó Fiesta de las Semanas, porque se celebraba siete semanas después de empezar a cortar las espigas (Dt 16, 9-12). De ahí su nombre, el cual significa “quincuagésimo”; esto es, cincuenta días después de haber celebrado la Pascua. Recordemos que al otro día de la Pascua se celebraba la Fiesta de los ázimos, que, a su vez, celebraba la recolección de los primeros granos de trigo. Pentecostés era la segunda gran fiesta de peregrinación del calendario judío. Ahí está la clave para entender por qué había tanta gente, y de tantos pueblos, presentes aquel día, como señala el texto bíblico (“de todas las naciones de la tierra”).

Pentecostés también se había convertido para los judíos en la fiesta de la renovación de la Alianza del Sinaí. Ese era su sentido principal cuando Lucas redacta Hechos de los Apóstoles. Los primeros cristianos vincularon esta fiesta a la recepción del Espíritu Santo. Desde entonces Pentecostés es, para la Iglesia, la fiesta del Espíritu Santo. Ese acontecimiento supuso para la Iglesia naciente el detonante inicial de renovación espiritual y carismática que puso en marcha lo que luego llegaría a ser el “cristianismo”. El cristianismo no es fruto del voluntarismo humano, es la presencia del Espíritu lo que pone en movimiento aquellos hombres que “muertos de miedo” permanecían encerrados en una parálisis sepulcral.

Así, san Lucas, autor tanto del tercer evangelio como de Hechos de los Apóstoles, vincula la venida del Espíritu Santo con la misión de Jesús y la misión de los apóstoles. En efecto, antes de iniciar su misión, Jesús es ungido por el Espíritu Santo en el momento de su bautismo; lo mismo ocurre con los apóstoles antes de lanzarse a la ardua tarea de la evangelización. En el caso de estos últimos, Pentecostés es el cumplimiento de la promesa hecha por Juan el Bautista en Lc 3,16 (“Yo les bautizo con agua… él les bautizará con Espíritu Santo y fuego”) y que luego repetirá Jesús en Hch 1,5 (“ustedes serán bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días”).

Los dos signos mencionados en el relato (viento y fuego) son los típicos para hablar de la presencia de Dios en el Antiguo Testamento.  También el “ruido del cielo” nada tiene que ver con el cielo atmosférico, más bien remite a algo procedente del ámbito divino. El Espíritu viene del cielo. Se trata de la irrupción de lo divino en la vida de los allí reunidos. En el caso del fuego, este no solo desvela la presencia divina, sino que enfatiza la capacidad de Dios para transformar a la persona. El viento que como un fuerte ruido del cielo se hace presente y el fuego que se posa sobre cada uno de ellos los hace hablar de Jesús de una forma hasta entonces impensable. Eso se manifiesta en el discurso que posterior a la experiencia de Pentecostés pronuncia Pedro ante la multitud.En conclusión, la experiencia de Pentecostés hizo que aquella primera comunidad cristiana se entendiera a sí misma como un movimiento del Espíritu de Dios, donde el centro de todo era Jesucristo. Pentecostés hizo que el cristianismo se entendiera a sí mismo como una religión del Espíritu y no como un proyecto humano. 

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