En el primer aniversario de su fallecimiento Padre Dionisio Suarez Arias

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Vivió su sacerdocio con entrega y amor

Zacarias Castro Restituyo

El domingo 27 de di­ciembre de 2020, el padre Dio­nisio fue llamado a la Casa de Dios Padre, a los 70 años. Su fallecimiento se produjo después de 15 días ingresado en la clínica INEMED, de la ciudad de San Francisco de Macorís. Deceso que fue causado por el COVID-19.   

A un año de su partida, es propicio rendir nuestro sincero agradecimiento y re­conocimiento póstumo a nuestro inolvida­ble Padre Dionicio.

El santo Cura de Ars de­cía que “el sacerdote que es un buen pastor, que actúa según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”. 

La vida del Padre Dio­nicio es un regalo que el Padre Dios quiso concedernos a todos los que de una forma u otra recibimos la gracia de conocerle: Entre ellos su familia, sus amigos, sus fieles, sus compañeros sacerdotes y los que a muy temprana edad establecie­ron con él una relación espi­ritual de padre e hijos por la formación, el cariño, los consejos y los afectos paternos que tanto cultivó.

El día de su aniversario de su partida expresamos nuestra gratitud al Señor de cielo y tierra, por su vida, su ministerio de 42 años, celo pastoral, amor a la catequesis, dedicación a la formación, su alto sentido sacerdotal y eclesial. Tam­bién por su de­dicación a la pastoral sacerdotal, y su in­fluencia e impacto que pro­vocó en tantos jóvenes.

Fue solidario, amigo, en el sentido amplio y profundo de la palabra, que en ocasiones guardaba silencio y escuchaba, en otras corre­gía fuerte si la si­tuación lo ameritaba, siempre diciendo la verdad y siendo claro en sus postu­ras.  

También agradecer por esas pequeñas y sencillas visitas frecuentes a las fa­milias, las cuales llenaban de regocijo a quienes le aco­gían y podían disfrutar de su presencia: escucharlo ha­blar, verlo reír, llorar y has­ta dormitar en una mecedora; espacios que se convertían en la mayoría de las veces en momento de paz, tranquilidad, descanso y distracción dentro de su trabajo y ocupaciones. 

Abanderado de la formación permanente de los sa­cerdotes, de los laicos, a tra­vés de las distintas escuelas, talleres y cursos llevados a cabo en la Diócesis y en las distintas parroquias que le tocó servir como pastor. 

Fue un tenaz y fervoroso formador en la escuela de catequistas, Animadores de Asambleas y Diáconos permanentes. Se convirtió en el padre, modelo y el maestro que posibilita y apoya el paso de una fe heredada e incipiente, a una fe cultivada y adulta, consciente, celebrada, vivida y robustecida. De hecho, el padre que ayudaba a cultivar y transformar a jó­venes en cristianos capaces de defender aquello que creían y profesaban.  

Dedicaba incontables horas a la contemplación del Señor en la Adoración al Santísimo; al hijo que no se acostaba sin acercarse con humildad a los pies de su madre la Virgen María, a través de ferviente rezo del Santo Rosario.

De espíritu fuerte y gran­de, que ejercía su autoridad cuando el momento lo re­quería, que llamaba la atención con cierta dureza, pero el padre de corazón noble, que era capaz de llorar junto a los suyos, que le gustaba atender y colaborar con las necesidades materiales de sus fieles, para que tuvieran un techo, buena educación y vivieran con dignidad.

Durante su ministerio sa­cerdotal de 42 años vividos con coherencia, responsabi­lidad, amor, fidelidad y en­trega a la vocación recibida y la misión encomendada. Quien dedicó su vida al servicio de las parroquias don­de estuvo, a las funciones que ejerció en nuestra dió­cesis y fuera de ella.

Cabe señalar, que su le­gado en la esta iglesia parti­cular de San Francisco, que vio crecer en sus estructuras y organización pastoral le está permitiendo celebrar la Eucaristía celeste en el banquete del cielo. 

Siempre le recordaremos en cada Eucaristía, de he­cho, en nuestros corazones resonará su voz al dirigir sus homilías, que iniciaba con una panorámica que nos ubicaba en la situación de los personajes que narraban los textos, luego mostraba cómo aplicar esas lecturas a nuestra propia vida y finali­zaba recogiendo el mensaje central de cada texto.

Descanse en Paz padre Dionisio Suárez.