Volver a la escuela en medio de la pandemia no se hace fácil. Buscando diferentes recursos alternativos se ha hablado de las Escuelas Radiofónicas Santa María. Como yo laboré ocho años y medio en ellas, comparto unos recuerdos de valor pedagógico y de entusiasmo humano.
Los alumnos de las Escuelas tenían diversos perfiles. Eran personas adultas, preferentemente jóvenes. Estaba el grupo más reducido que eran los plenamente analfabetas. Después estaban los analfabetos por desuso, es decir, aquellos que en sus años jóvenes habían ido a la escuela, aprendido algo, pero al desertar y no volver a manejar el lápiz y la lectura, poco a poco volvían a un analfabetismo práctico. Y, por último, estaban los alfabetizados pero que necesitaban una certificación oficial para mejorar su condición de trabajo y vida y hacían los cursos faltantes hasta conseguir su certificado de octavo.
Pero, lo más bonito y entusiasmante eran las motivaciones que ellos tenían y que uno se iba encontrando en el caminar.
Les cuento tres muy particulares.
Una primera tuvo lugar en Tavera Arriba, por detrás de la presa. Allí veía venir desde lo lejos a un hombre de edad madura en su caballito y con sus esquemas de las clases y cuaderno metidos en el árgana de su caballo. Un día, le pregunté si vivía lejos y me dijo que estaba a dos horas a caballo e insistí y por qué a su edad y con tanto esfuerzo venía al encuentro de los alumnos con el profesor y su respuesta me marcó y la recuerdo para siempre: “es que mi hija vive en Nueva York y yo me quiero comunicar con ella y yo no sé ni leer ni escribir.”
Otro día, en el barrio Cienfuegos de Santiago había un hombre joven, fuerte, animoso, dispuesto, que nunca faltaba a los encuentros semanales y siempre traía sus tareas escritas. A los días le pregunté porque tenía tanto interés en los estudios y me dijo: “yo trabajo en la línea de producción de la zona franca y quiero ser supervisor y para eso tengo que dar informes escritos, claros y correctos y yo no sé escribir lo suficiente para hacerlos.”
Y tercero, en Blanco Arriba, en las lomas de Tenares, había un señor mayor que mostraba interés en aprender, sobre todo en la lectura, que al principio balbuceaba y cada semana progresaba dando a entender que se ejercitaba en la casa. También a él le pregunté por qué esa disposición y me dijo “es que yo soy presidente de asamblea y desde la parroquia de Tenares me mandan papeles que no puedo leer y tengo que poner a un muchachito para que los lea y yo tengo que aprender a leer porque a mí me gusta mi trabajo.”
La motivación era la clave, lo que movía a esa gente adulta a estudiar. Esa es la enseñanza.
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