Dispuesto a aprender

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La gran satisfacción del Forma­dor es crecer y ayudar a crecer; acompañar aprendiendo, asombrándose a cada paso de lo que realiza la gracia de Dios, con la colaboración del ser humano. En cuanto aprendizaje, yo estaba preparado para ser Formador, pues me gustaba aprender. Siempre he aprendido de cual­quier persona o circunstancia; a Juaniquito, hombre santo y rústico lo oía yo, en Luperón de Puerto Plata, diciendo que iba para “lo ba­latase”, y pensaba que eso sonaba algo raro; pero el otro día tuve que acordarme de él, pues en una lectura encontré que balatá es un árbol de madera recia, muy apreciada.

Así me sucede con muchas pala­bras: las tengo asociadas a las personas de quienes las aprendí, o por quienes las afiancé. La palabra simetría, simétrico, la tengo asociada al Padre Richard Murray, por ejemplo. Polifacético, al ex secretario de Educación, Hidalgo Justo. Los triglicéridos los conocí por el Cardenal López Rodríguez. La pa­labra ud, como sinónimo de laúd la aprendí del seminarista Wilfredo Martínez.  Cauto e incauto, al Padre Jesús Moya. Etc, etc. Cuando papá no sabía una palabra, me la pregun­taba; así tuve que explicarle deicida (los puñales deicidas; que la doña que leía la hora santa transformaba en deicidida). Por él tuve que apren­derme inconsútil, “sin costura”: la túnica inconsútil de Jesús.

La palabra naíf (deliberada inge­nuidad en el estilo pictórico), la ten­go asociada a Mons. François Bac­qué, pues la dijo un día en mi casa y –para su asombro– yo no atiné de inmediato con el significado.

Por otro lado, supe el significado de la sigla ISBN, sistema de nu­meración usado en la impresión de libros (international standard book number) por el Padre Guillermo Soto (por él también conocí la pala­bra y la planta guáyiga); luego se me olvidó la sigla y me refrescó la memoria la Lic. María Núñez Collado. Con doña Elena, de La Piedra (Altamira), aprendí la pronuncia­ción del nombre del santo de la Bretaña francesa, Yves (la doña lo sabía por el modisto). De modo semejante, hay también términos, ideas y temas que conozco a causa de los seminaristas, de sus inquietu­des y de sus aportes, y de los diálogos con los Formadores.

El trabajo como Formador me aportó mucho y me exigió otro tan­to. Es un desafío constante, y no puede ser de otro modo, tratándose de jóvenes. La mayor gratificación fue, para mí, ver que otros podían alcanzar y superar sus propias me­tas, e incluso rebasar los modelos.

En nuestro país es más dura la batalla a causa de las lagunas en la formación familiar y escolar.

¡Cuánto hay que afanar en gran parte de este país para lograr que una persona llegue a expresarse bien! Ni siquiera se tiene el domi­nio del léxico elemental del idioma español. Aunque siempre hay ex­cep­ciones, gracias a Dios. (Cuánto tuve que bregar yo con un actualmente connotado sacerdote; siendo seminarista metía palabras que no pegaban con nada…).

Tuvimos un compañero de ­Seminario Mayor, que en paz descanse, que dijo una vez: me es inve­rosímil, cuando en realidad quería decir me es indiferente. Con eso bromeamos bastante tiempo.

Sorprendentemente, creo que la globalización de las telenovelas ha favorecido, en los medios popula­res, el enriquecimiento del léxico e incluso ha mejorado la dicción. Así fue como empecé a escuchar en esos lugares discúlpeme, en vez de ecúseme, o hasta ¡ocúseme! (A un joven formador tuve que decirle que se debía decir estorba, no otorba…).

Respecto a esta dificultad hay que decir que dondequiera se cuecen habas. Yo siempre pensé que los españoles eran perfectos en esta materia hasta que, siendo ya Forma­dor en el Seminario, recibí una carta de un español. ¡Válgame Dios, qué desastre! Pero nada de esto justifica nuestra calamidad.

A veces había desidia en algu­nos jóvenes; (creo que la pobreza está más en la cabeza que en el bolsillo). A menudo sucede que tienen los medios, pero no la idea, ni la vo­luntad para hacerlo. En la misma Iglesia he visto gente que se pasa la vida leyendo un texto con términos cuyo significado no domina, y ni pregunta ni los busca en un diccio­nario. ¡A menudo ni tienen un diccionario! De ese modo nos empobrecemos y empobrecemos Iglesia y sociedad.

Pasé mucho trabajo en la formación, pero es consolador ver que otros asumen el reto y se disponen a crecer y a ayudar a crecer.

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