El final de este curso es para mí inolvidable. Salimos todos de la casa de Pinares, la cual fue cerrada hasta nuevo evento. Mi vuelo a Santo Domingo era de noche. Chequeé el equipaje y me senté a esperar en uno de los salones del aeropuerto de Bogotá. Camino hacia al salón vi varias cortinas hacia un lado y escuchaba por los altavoces una voz que me pareció como de borracho: yo no entendía nada de lo que decía.
Ya sentado me puse a rezar el rosario. Con frecuencia oía la misma voz de los altoparlantes. Así estuve un buen rato, hasta que llegaron varios de los sacerdotes participantes del finalizado curso, que iban hacia los países del Sur. Me preguntaron qué hacía yo ahí y les dije que esperando mi vuelo. Me dijeron que hacía rato que había despegado. Las benditas cortinas que yo había visto eran salidas hacia los aviones. Nada que hacer: no había vuelo hacia Santo Domingo hasta la próxima semana. Mi maleta iba rumbo a Santo Domingo, la casa de Pinares cerrada y yo en Bogotá en medio de la noche. Recordé entonces (sería Dios) al Padre Isaac Montaño, quien estuvo también en el Primer Curso para Formadores, en Medellín y me había invitado a visitarlo en la Parroquia N. S. de Lourdes, en Bogotá. Conseguí su teléfono (el personal del aeropuerto fue muy amable conmigo), lo llamé y le expliqué la situación. Me dijo que tenía una visita, pero que me llamaría en unos minutos. Y así fue. Pasó a recogerme al aeropuerto y me alojó en la casa curial de su parroquia. Ahí pasé una semana, hasta el próximo vuelo.
El Padre Isaac me paseó por varios lugares. Fuimos a Fusagasugá, a Fasca y al Boquerón; el clima aquí es muy agradable (500 metros sobre el nivel del mar), por lo que hay varias casas de retiro y de cursillos. En Fasca está el museo del Padre Jaime Hincapié Santamaría, del que conservo una piedra de hacha indígena que me obsequiara él mismo. En esta zona –de terreno arenoso y de abundantes piedras– se produce mucha papa, flores, manzanas… Abunda el chusque, que es una especie de bambú, cuyas ramas aparecen grabadas en la Balsa Muisca.
Como ya dije, la maleta con mi ropa viajó sola hacia Santo Domingo, por lo que el pobre Padre Isaac tuvo incluso que comprarme ropa para mi prolongada estadía bogotana.
Me llevó a casa de una hermana que tenía una hermosa tienda de souvenirs, en donde compré para obsequiárselo a Mons. Adames, un pisapapeles rectangular transparente con una réplica dorada de la Balsa Muisca en su interior. Cuánto le agradezco al Padre Isaac Montaño (E. P. D.) todo lo que hizo por mí.
Por su parte, el querido Padre Fello se quedó esperándome en el aeropuerto de Santo Domingo, y el seminarista Chiche (Gregorio Manuel Reyes) debió guardar su trompeta, preparada para mi regreso.
Cuarto Curso para Formadores
(4 de julio – 9 de agosto de 1985)
En el Curso de Santo Domingo participaron unos 45 Formadores de toda América Latina; Actuó también como animador de este curso el querido Padre Oscar Colling, de Novo Hamburgo, Brasil.
Del país participaron Luis Manuel De la Cruz, Paulino Reynoso (Toño), Sixto Armando Quezada, Pedro Guzmán, Carmelo Santana, Pedro Colomé, Lorenzo Vargas Salazar, Jesús María Baré y un servidor. De Haití estuvieron mi amigo, el Padre Andrè Pièrre –hasta hace poco secretario de la Conferencia Episcopal de Haití– y otros sacerdotes. De Guatemala participó mi amigo Rodolfo Valenzuela, con quien coincidí en el Colegio Pio Latinoamericano en Roma; obispo, desde hace tiempo, en su país.
Los profesores de este Curso para Formadores fueron también de distintos países; por el país estuvo Mons. Francisco José Arnáiz sj. Uno de ellos fue el Padre Luis Manuel Macías López, Director General de Asuntos Académicos de la Universidad de Aguas Calientes, Méjico (estuvo espantado con una tormenta de truenos que lo tocó una noche). El Padre Federico Arvesú, jesuita sicólogo, de la Universidad Gregoriana de Roma. Y otros más.
Durante el curso dimos a los participantes un paseo por la costa sur del país. Cuando íbamos por paraíso, Barahona, tuve que pedir al chofer que detuviera el autobús, debido a que los Padres –especialmente brasileños– pedían detenerse a contemplar el mar; les admiraban las distintas tonalidades del Caribe en ese lugar. A mí esa costa me parecía bonita, pero de ahí en adelante me pareció aun más.
A la clausura de dicho curso vino el Cardenal William Baum, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica. Desde el comienzo del curso, el Padre Santagada anunciaba, eufórico, su visita. En la Misa de clausura presidida por el Cardenal, el mismo Padre Santagada iba y venía tomando las fotos, hasta que uno de los sacerdotes le hizo saber, ya al final de la Misa, que su cámara tenía el lente tapado (no eran los refinados aparatos de ahora…).
Una nota triste de este curso fue la muerte del Padre Maxim Seitter, de Chile. Conservo de él una agradecida nota que me escribió antes de marcharse. Al finalizar el curso se fue a Miami, a encontrarse con su padre. En la casa de éste se puso a ayudarle a cargar algo, se cayó y se desnucó. Al menos eso supe. Era un sacerdote muy joven y entusiasta.
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