Primer Curso para Formadores de América Latina

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Compartimos un poco con los indios; las religiosas y el Padre Saúl nos contaron muchas cosas de ellos. Tenían un relato de la creación, in­cluso con algo de humor: Dios ­creaba a cada ser humano y lo bañaba en un charco. Al ser tantos, el agua se fue ensuciando, de modo que los últimos salieron negros; pero como Dios los agarraba por los pies para meterlos en el agua, éstos no llegaban a tocar el agua. Por eso los negros tienen las plantas de los pies blancas.

Una costumbre entre ellos es que la muchacha (la cháira), al ser cortejada por el varón, le araña la nariz (a esto lo llaman gatear). Otra es que la parturienta se va sola a la quebrada (el hombre la acompaña si quiere), en donde da a luz. Si la criatura sale con algún defecto, ahí mismo la tiran al agua, en el entendido de que no será capaz de valer­se por sí misma. De hecho, en nues­tro recorrido no vimos a nadie con alguna imperfección física; sólo vimos un niño ciego, muy cariñoso, y estaba vivo porque no nació ciego.

Me impresionó ver hombres re­gresando del trabajo agrícola con el machetico en la mano, mientras la mujer subía la barranca con tremenda carga sobre las espaldas; ya en el llano, caminaba completamente do­blada. Nos dijeron que esto era lo normal. Aprendimos otras cosas más sobre ellos, pero estas son las que han acudido a mi memoria.

El regreso también fue en yola motorizada. Había que tener mucho cuidado con los troncos pesados que quedaban rezagados en el río; recorrimos el río llamado San Juan y también el Calima. Al llegar a la especie de puerto, justo detrás de nosotros llegó una lanchita a toda marcha: traía un jovencito herido de bala, como consecuencia de un en­frentamiento de bandas rivales del narcotráfico; de hecho, en Docordó conocí a un joven mulato que me aseguró haber estado en Santo Do­mingo, en Panamá y en varios luga­res más. Esto me extrañó, y le pregunté que cómo. Se trataba de la distribución de droga; cuando le preguntamos que cómo reconocían al comprador, nos explicó que lo hacían con el antiquísimo método del billete partido: cada uno conser­vaba una mitad que debía coincidir con la otra.

Para continuar hacia Buenaven­tura, hablamos con el chofer de un gran camión; estaba cargado hasta arriba de gruesos tablones de ma­dera; el chofer quería que Sor Pilar, que venía con nosotros, y ya era mayor, se trepara sobre la madera. Creo que intervino Benito, y al fin permitieron que la monjita se montara delante, en la cabina. A noso­tros nos tocó ir sobre los tablones. Yo recé los credos correspondien­tes, pues el camino estaba podrido; tenían que meter madera entre el lodo para que los vehículos pasaran. El camión se recostaba para un lado, con gran crujido de la madera; luego se reponía, e iba hacia el otro lado… (¿Ahora entienden lo de los credos?). Cuando nos dejó el ca­mión, esperamos. Se detuvo una camioneta de alguien que conocía a las monjas, pues era de Buenaven­tura. Todos nos montamos en el piso, en la parte trasera, pero nada de esto nos eximía de pagar el pasaje.

En Buenaventura celebramos la Misa con las hermanas; una Misa muy serena, reconfortante. En dicha ciudad (el puerto más importante de Colombia en la costa occidental), conocimos a un misionero italiano. Creo que su casa o su capilla, estaba en un terreno nuevo que iban ro­bándole al agua a fuerza de echarle basura; no había visto nunca tantas moscas juntas… Para mi sorpresa (curioso o intruso como soy), vi que el Padre llevaba un peluquín; se no­taba a leguas. Y dije para mis adentros, caramba, y no sería preferible llevar la calva al aire…

Gracias a Dios que, sin andar buscando la respuesta, la encontré: el pobre Padre había sufrido un apa­ratoso accidente, por lo que toda la parte superior de su cráneo era me­tálica, y el sol pegaba muy fuerte… No olvido a este misionero intré­pido.

Llevamos fotos de nuestro reco­rrido y regresamos al Seminario Mayor de Medellín, a continuar el curso. Para nuestra sorpresa, grupos de personas de las que laboraban en el Seminario, especialmente en la limpieza, hacían filas para ver las fotos; incluso nuestras amigas religiosas, que laboraban en el Semi­nario estaban muy interesadas en las fotos. Vimos que no todos los colombianos conocían su propia realidad, semejante a como sucede por otros lados, incluso en territorios más pequeños.

En el curso conocimos sacerdotes de toda América Latina. Vi por primera vez al ya fallecido cardenal López Trujillo. También a Mons. Boaventura Kloppenburg, obispo brasileño que, en un aparte de sus clases, hizo galas de sus dotes parasensoriales (hipnotizaba en un abrir y cerrar de ojos); en esto pasamos una mañana entera con él: Sentaba hombrotes y no podían levantarse, contaba hasta tres y todos caían hacia atrás, incluso un amigo chileno, Padre Bernabé Silva, que salió dispuesto a resistirle, fue el primero en caer. Movía plomadas con la mente, teletransportaba… Nos contó que una vez fue acusado de brujería ante el Papa Pío XII, quien lo mandó presentarse a Roma. Le explicó al Papa y éste convocó a una reunión a la curia, a rectores de universidades, etc. En esa ocasión, Kloppenburg comenzó citando una frase del Derecho Canónico que catalogaba de pecado lo que él hacía, y dijo: hoy vamos a cometer ese pecado. Había una mesa en el lugar y pidió a varios de los asistentes que la presionaran con sus manos, hacia el piso. Él comenzó a mover la mesa con la mente, y siguió moviéndola, sin que el grupo pudiera detenerla. Nos dijo también que sus superiores habían tenido que trasladarlo varias veces, cuando era fraile, pues la gente andaba detrás de él. Hizo pruebas con algunos del grupo, a ver si tenían algún don paranormal. Nos advirtió que los que tienen estos poderes son concordes en que, al usarlos, se debilita la mente. Como él hizo una prueba con unas cartas (barajas especiales), yo quise hacer lo mismo con unas comunes, cuando iba camino a una de las quebradas de Docordó. Le pedí a la hermana Pilar que me mostrara las cartas una a una, por detrás, para yo adivinar la figura que tenía al otro lado. Fue presentándomelas y colocándolas en dos pilas distintas. Yo iba respondiendo, y veía que una de las pilas crecía. Estaba contento, pues iba acertando notablemente. Al final resultó que la pila grandota eran las que había fallado; sólo había acertado dos o tres. Nada de poderes paranormales.

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