LA OTRA SEMANA SANTA

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La Cuaresma es un portal que permite el acceso a un camino interno que conduce a las interioridades de la Pascua. La Semana Santa, por su parte es la última puerta que nos introduce a ese misterio como tal. Hoy, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, Jesús atraviesa esa puerta. Entra en Jerusalén. También nosotros hacemos nuestro propio ingreso. Él lo hace montado en un burrito. Cada uno de nosotros también tendrá su propia “montura”.

 

Sorprende la insistencia del evangelista Mateo en señalar el “medio de transporte” utilizado por Jesús. Lo señala siete veces: en tres ocasiones habla de “asna”; otras tres veces de “pollino”; una vez dice “animal de carga”. El rey de reyes entra en la Gran Ciudad –que es lo mismo que decir en la Pascua- montando un animal despreciado. Ninguna persona “importante” monta un burro; lo normal es que lo haga a caballo. Alejandro Magno se desplazaba sobre el lomo de bucéfalo; don Quijote lo hacía sobre Rocinante; Napoleón cabalgaba a Marengo, y Simón Bolívar a Palomo. A ninguno de ellos se le ocurrió andar en un burro. A caballo también entraría Pilato aquella Pascua del año 30, cuando tuvo lugar la muerte del Nazareno.

 

La imagen del Hijo de Dios cabalgando sobre un burrito evoca la paz, la indefensión de un hombre que rehúye tanto de la violencia como del poder. Los títulos humanos no le interesaron ni tampoco quiso hacer alarde de su poder divino. Tres verbos que aparecen en la segunda lectura que leemos en este día dan cuenta de ello: no retuvo, se vació, se humilló. Esto es, no usó su poder divino para su propio provecho, sino que más bien se deshizo de él o lo utilizó en favor de los demás. Por eso, dice esa misma lectura, Dios lo exaltó. He ahí el contraste propio de esta semana: el humillado es el exaltado, el aclamado es el condenado, el crucificado es el resucitado.

 

A la “teología imperial” representada por Pilato se contrapone la “teología del anonadamiento” que encarna Jesús. De modo que en aquella “primera Semana Santa”, o “última semana de Jesús”, se dan cita dos teologías distintas, las cuales no dejan de estar presentes también hoy: una basada en el vaciamiento de sí mismo y la otra caracterizada por la tríada poder-sometimiento-imposición.

 

El radical pacifismo mostrado por Jesús al hacer su entrada en Jerusalén montado en un burrito lo resalta el evangelista Mateo en el relato de la pasión que leemos también en este día. Cuando en el momento del arresto del Maestro un discípulo usa la violencia, aunque en defensa propia, la respuesta del rey de la paz no se hace esperar: le ordena tajantemente que devuelva la espada a la vaina. Quien ha entrado en la Ciudad Santa montado en un burrito no puede permitir que uno de sus seguidores responda a la violencia con violencia.

 

La historia de la pasión es la historia que viven tantos hombres y mujeres a lo largo y ancho del mundo. Nuestro país no es la excepción. La muerte violenta y el sufrimiento del justo forman parte de nuestra cotidianidad. De manera que la historia de la pasión se sigue escribiendo hoy con sus propios protagonistas. Por eso en esta Semana Santa no celebramos sólo la pasión, muerte y resurrección de alguien que pasó por el mundo hace dos mil años, sino que celebramos también la historia de nuestra propia pasión. Así se actualiza el misterio.

 

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