Palabras de amor

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Hay verbos que me merecen respeto, entre ellos vivir, servir, trabajar y estudiar. Trato de conjugarlos cada día, en singular o plural, no importa. Mi intención es siempre llevarlos a la práctica de la mejor manera posible. Hoy el tiempo es ideal para referirme a uno que tengo tatuado en mi alma: amar.

El amor anhela la perfección de lo ama­do, pero sin coaccio­nar, porque aborrece las cadenas y las im­po­siciones. Entre sus ca­racterísticas está la ­libertad basada en la consideración a la persona amada.

El amor evolucio­na, no es estático, no toma asiento, madura paso a paso y solo esa transformación positiva le inyecta vida y esplendor. La ausencia de metas comunes en la pareja, en la familia o en la amistad, suele destruir al amor. En ocasiones sucede de forma imperceptible, pero inmisericorde.

Todo amor motiva, provoca ganas de avanzar y de hacer, anima, nos fortalece para enfrentar las ad­versidades y nos nutre de suficiente ecuani­midad para asimilar los éxitos.

No hay amor sin discrepancias, porque el ser amado es dife­rente y, en consecuencia, la armonía de vez en cuando se quiebra, pero los tropiezos se convierten en expe­riencias que robustecen al amor. Los pro­blemas se vencen por medio del diálogo y si conversando no se su­peran, el amor sabrá convivir con las dificultades.

El amor requiere de paciencia y delica­de­za; la rapidez y las aspe­rezas lo corrom­pen. Nadie ama lo des­conocido y solo el tiempo, que incluso puede ser corto, en­seña las virtudes y las debilidades de quien ha de acompañarnos hasta el final de nues­tros días o de quienes forman parte de nues­tro entorno.

Todo amor requiere capacidad de comprensión, así respira y crece. El egoísmo es incompatible con el amor. La sinceridad y el respeto mutuo son de sus elementos vita­les. Quien ofende no ama. Tampoco ama quien denigra y maltrata a quienes rodean al ser que dicen amar.

En una relación, el que ama valora el amor que entrega y el amor que recibe. Es de doble vía. El amor completo es recíproco. Eso sí, no podemos negar que hay amores sinceros que no necesitan nada a cambio para alimentarse, co­mo lo es el amor a un hijo o a la madre.

¡Dichosos los que se aman y están dispuestos a mantenerse juntos hasta la muerte, apoyándose, respetándose y agradeciendo a Dios por la felicidad que nace del amor!

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