Altagracia Fernández regresó a la Casa del Padre

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Nació el miércoles 31 de julio del año 1935, en la ciudad de Puerto Plata. Fueron sus padres Pedro Fernández y Delia González. Y sus hermanos Jhony, Ana y José, los últimos dos, ya fa­llecidos.

Contrajo matrimonio con Juan Bautista Ovalle Zapata, el 23 de febrero del año 1952, trasla­dándose en­tonces al pueblo de Lupe­rón.

Fruto de esta unión na­cieron: Raymundo, Radha­més, Altagracia, Milagros y Mayra.

Mamá Tata, o Tatúa, como cariñosamente le llamaron los más cercanos, vivió su vida pensando en las necesidades de los de­más. Fue un ejemplo de so­li­daridad, de entrega, de servicio a Dios, a su familia y al municipio de Luperón.

Fue una persona de poco hablar, hasta de un timbre de voz bajo, en todas las cir­cuns­tancias; pero con sus acciones decía más que con las palabras.

Mujer de una inquebran­table fe en Dios, de oración permanente por las familias, por la Iglesia, por sus sacerdotes. Siempre apoyando a todos los grupos apostólicos. Siempre pidiendo la intersección de la Virgen Maria para que cuidara los suyos en cualquier lugar del mundo donde estu­vieran… También fue una persona de sacrificio, de ayuno… por­que su confianza estuvo siempre puesta en Dios, a quien ella encomendaba todas sus angustias y agra­decía sus alegrías.

Libró grandes batallas con las enfermedades, todos somos testigos de ello, y nunca se quejó. Durante muchos años luchó con una u otra complicación de salud para mantenerse con vida, pero Dios y una fami­lia valiente, estaban a su lado, librando la batalla con ella, hasta el último momento, sin cansarse, sin desmayar, haciendo todo lo huma­no y clínicamente posible para mantenerla a su lado y a nuestro lado.

Las expresiones que más se han escuchado al hablar de ella, es que fue un “ángel de Dios”, “una santa”, que purificó su vida aquí en la tierra, para ganarse un lugar muy especial a la derecha de Dios Padre en el Cielo.

Ella ha partido a ocupar la morada que Jesús fue a pre­parar para cada uno de nosotros y ella la ganó con mucha valentía.

Que el ejemplo de Doña Tata no quede en el vacío, esa es la enseñanza que hoy nos deja su vida y este difícil momento por el que atravesamos, con tristeza, pero fortalecidos en Dios y sin ninguna duda del lugar donde ahora está…

Doña Altagracia era un pilar de la parroquia San Isidro Labrador, del municipio de Luperón, Puerto Plata. Que en paz descanse.

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