En su homilía del pasado Domingo de Pentecostés, el Papa Francisco habló diciendo que vivimos en una cultura del insulto, sobre todo cuando el otro dice algo que no comparto, dándonos cuenta que nos hacemos daño, ofensor y ofendido, impidiendo la paz de espíritu a la cual todos hemos sido llamados.
Esto me hizo recordar dos cosas: la primera, nuestra cultura dominicana, donde la palabra hiriente, descompuesta, ofensiva e irrespetuosa se va adueñando de nosotros, desde el hogar hasta llegar a la calle. Esposo y esposa se ofenden e insultan sin reparo delante de sus hijos y estos a la vez entre ellos hasta llegar al insulto entre padres e hijo, degenerando en una decadencia familiar que espanta y entristece; qué decir de los patrones y los empleados, no se piensa a la hora de recriminar cualquier cosa al trabajador y como en ciertos momentos se dan situaciones vergonzosas entre unos y otros, incluso entre compañeros de las mismas labores, y así llegamos a la calle donde debido al auge de vehículos, la prisa diaria, la imprudencia y abuso de algunos choferes públicos y privados, lleva a que unos y otros se enrreden en unas sartas de insultos, salpicados de malas palabras que dejan atónito al más ingenuo de sus espectadores, y otras situaciones más. Es triste como esta cultura del insulto se va dando entre nosotros.
La segunda cosa que la homilía del Papa me hizo recordar fue en la carta del Apóstol Santiago 3,9 donde dice: “Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios”. Este versículo está dentro de un tratado mayor (Sant 3,1-12), que es alusivo a la lengua y nuestra forma de hablar, sobre todo hacia y de los demás. En el texto él le dedica la mayor parte a hablar de la lengua y lo hace desde una perspectiva experiencial, usando unos ejemplos de la vida muy atinados, como el de que el hombre puede domar incluso fieras salvajes, pero el dominio de su lengua le cuesta y hasta le es imposible, y así es, cuantos que en la vida han logrado grandes cosas y tienen innumerables méritos, pero poder dominar esa mala palabra que se ha vuelto cliché, ese insulto o forma ofensiva de dirigirse a los demás en su hablar no han podido refrenarlo.
Dios nos ha dado el don del hablar, mediante el uso de nuestra lengua, para bendecir y alabarle, pero lamentablemente, como dice el Apóstol, hemos hecho un uso inadecuado de ese don, mediante nuestras maldiciones, y por qué no, mediante nuestros chismes, malas palabras e insultos.
Al hablarse de cultura es terrible el asunto, pues con ello queremos decir que ya el insulto se ha convertido en un activo de la vida del ser humano, que lo vamos viendo como algo natural, que brota espontáneamente de nosotros, sin reparar la mayoría de las veces en sus consecuencias, y es algo que no debe seguir.
El Apóstol nos invita a refrenar nuestra lengua, nuestra forma de hablar ofensiva con la ayuda del Señor, y el Papa nos invita en nombre del Espíritu Santo. La sana convivencia que necesitamos en el mundo de hoy y en nuestro pueblo, nace primero de nuestra forma de dirigirnos a los demás, de cómo le hablamos o reaccionamos en lo que respondemos a lo que se nos dice.
En este mundo individualista y de prisas poco reparamos en lo que de daño podemos hacerle al otro, y un insulto puede matar espiritualmente a cualquiera, paralizar su vida o desencadenar consecuencias lamentables e imprevistas para la nuestra. El comedimiento al hablar es necesario hoy día. Hay que educar en ello, y llevar tal formación a todos los ámbitos culturales en que el ser humano se encuentra inserto.
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