Robert Victorino De Jesús y Marcos Marrero Piña Nuevos sacerdotes para la Diócesis de Baní

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Queridos hermanos. Esta ceremonia es muy alegre y tiene un momento, para que si se nos olvida,  porque no estamos acostumbrados, la recor­demos. La asamblea entera da gracias al Señor porque es un tiempo de alegría.

Cada vez que hay una ordenación los sacerdotes que vienen a la ceremonia experimentan la alegría del re­cuerdo, de cuando se orde­naron, por­que el día de la ordenación presbiteral marca la vida entera. De ahí en adelante, ese día te marca para siempre, ¡por toda la eterni­dad! y de manera misteriosa, en cada sacerdote el día de la ordenación lo toca profundamente.

También provoca espe­ranza para los que están ca­mino a prepararse, esperando este día. Este día lo tiene Dios elegido. Nosotros pla­neamos, nosotros queremos decidir, pero es Dios el que planea ¿por qué? porque Dios es el que nos escogió.

Y uste­des vienen de una comunidad, del Caobal, que está aquí presente y se alegra.

El Caobal ha producido muchas vocaciones y sigue todavía “cocinando” voca­ciones. Tenemos en tercero de teología, que va para cuarto, otro joven del Caobal que se está prepa­rando, que se va  a instituir acólito pronto.

También tenemos hasta en las Jornadas Vocacionales, de los cinco de Villa, tres son del Caobal y hay dos que están muy seguros y otros que también están pensándolo. O sea, que se ve que El Caobal produce y eso quiere decir que hay una vida de fe en El Caobal por la que hay que dar gracias y que no tengo la menor duda que vienen aquí con gran alegría, a ver cómo nuestros herma­nos reciben ese poder que viene de lo alto, que es lo im­presionante del sacerdocio. Él elige a hombres pobres. Un sacerdote no es otra cosa que un hombre lleno de po­breza, de debilidad. Pero no depende de sus cualidades, no necesariamente dependerá de sus cualidades.

Podemos tener al hombre más fuerte del planeta. Lo ponemos aquí que trate de celebrar la Eucaristía y ahí se va a quedar el pan y el vino. Ponemos a la persona más inteligente a que celebre la misa y ahí se va a quedar el pan y el vino. Y así pode­mos poner muchas cualidades, y los que van a consagrar que van a convertir el pan y el vino en la carne y en la sangre del Señor, serán aquellos que Él eligió. Y ustedes, Robert y Marcos, han sido elegidos, y no por mí ni por la Iglesia, sino por Jesu­cristo. La Iglesia los acoge y yo en el nombre de la Iglesia, los acojo con gran alegría, pi­diendo al Señor que ustedes tomen conciencia de ese po­der que reciben de lo alto. Van a recibir un particular poder que viene de Dios y esto, aunque se lo saben, porque lo estudiaron seguramente, no es lo mismo estudiarlo que verlo en persona. no es lo mismo estudiar el sacerdocio que ahora comenzar a vivirlo. Porque ustedes van a recibir el don por el cual ustedes ahora tienen una fuerza, que están en la capa­cidad de ponerla al servicio de la comunidad.

Eso que han recibido no es para ustedes. Hay sacerdotes, que puede que ocurra, que tienen su propio proyecto, su camino, hay muchos de éstos, pero el sacerdocio no puede estar desligado ni de la Iglesia ni del Obispo ni del pueblo de Dios, que es para quien se ordena.

Por eso, es importante tomar esa fuerza que se va a recibir con humildad y con disponibilidad total. Dis­ponibilidad para saber ser enviados.

Si Jesucristo dijo “yo no he venido para hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envió”, también ­uste­des tienen que decir lo mis­mo. Primero el Señor y des­pués el Obispo en su persona. Les envía para que allí hagan y produzcan el mayor bien posible.

Ustedes eligieron la lectura del Buen Pastor y uste­des fueron ovejas y ahora son ovejas que se van a confi­gurar al modelo del Buen Pastor. Eso es todo un proceso, como los niños que se van haciendo adolescentes, des­pués jóvenes, que hay que irlos educando para que des­pués puedan manejar con res­ponsabilidad su libertad y todos los dones y cualidades que tienen.

El sacerdocio es igual. En el sacerdocio uste­des comienzan con grandes ilusiones. Son pocos los que olvidan el día que llegaron y que estaban en momento de promoción vocacional, que llegaron a las jornadas. Son pocos los que no se acuerdan de eso. Al comienzo uno ni sabía para lo que iba, pero iba. Uno sabía que era Dios que estaba llamando y uno ni sabía bien distinguir la voz de Dios todavía, pero iba con ilu­sión, con cuánta ilusión.

Ustedes hicieron un camino de discer­nimiento, entra­ron en el Se­minario. En el Seminario se pasan dificultades a veces, porque se rompe la voluntad de uno. Uno jura que no ne­cesita ser formado, que el rector no sabe más que uno, y que los formadores no saben más que uno. Y uno tiene que aprender a entrar en un cami­no de ser moldeado por Dios en la figura de formadores y profesores que van enseñando, pero que todavía van pre­parando para recibir un hermoso regalo.

Después recibieron el dia­conado. El diaconado es otro regalo del que se sirve Dios para los que van a ser ordenados presbíteros para ponerse al servicio de la comunidad. Para despertar, si hay una célula sacerdotal dormida, para que despierte todavía y para que entienda que un elemento esencial del sacerdocio, del presbítero, es el servicio. No solo del diácono, del presbítero también. Para eso hay que entrenarse, por eso se ordena diácono “diákonos” que significa ser­vidor, porque el presbítero nunca dejará de ser un “diakonos”, nunca dejará de ser un servidor. Después van a ser ordenados sacerdotes en el día de hoy y va a comenzar otro camino de ilusión. Van a querer cambiar el mundo. Todo sacerdote nuevo, recién ordenado quiere cambiar el mundo y tiene ilusiones de servir y tie­ne muchos mo­delos de sacerdotes y todo. Pero Dios los llevará a uste­des, como nos llevó a todos los sacerdotes, por un camino específico. No por el que querían necesariamente. A mí particularmente, son muchos los caminos por los que me ha llevado que ni quería ni esperaba, pero doy gracias a Dios por ello. Por­que cada una de esas etapas va a ser una bendición.

Y hoy van a recibir una encomienda, un destino. No se los digo ahora, se los diré más tarde. Pero en ese destino siempre hay que comenzar en una actitud de servicio y de ser custodiados todavía. Uno recibe el sacerdocio y tiene una ilusión grande y un sacerdote mayor tiene que estar ayudando para decir “aguanta, aguanta, sí, muy bien, pero espérate, vamos a caminar. Todavía, todavía. Y siempre será así. Siempre estará bien que alguien nos ayude y nos acompañe y que el sacerdote siempre se deje acompañar, incluso sobre todo por su pueblo.

Si hay una cosa que a los sacerdotes le da pique es que el pueblo los quiera corregir, porque les encanta el mo­mento glorioso del servicio que dice: “Padre, usted si predicó bien, usted si hizo esto bien”. Pero está el mo­mento en el que también la comunidad te recuerda que eres un ser humano y que en tu humanidad hay cosas en las que quizás no estás entendiendo, las líneas del Reino, y es el mismo pueblo que te lo dice y te va a decir “padre, yo creo que usted… mire, yo en­tiendo…” y a veces con un miedo enorme, y dependerá mucho de la humildad, de lo que se ha trabajado en dejarse encaminar, para uno saberse dejar enseñar por la misma comunidad a la que uno sirve, siendo superior, y el superior que no se deja ense­ñar no sirve, no funciona.

Por eso es importante ese estar con los oídos atentos a la comunidad, uno para oír sus problemas y otro, para oír si eres tú parte de ese problema también. Entonces por esto, hoy el Señor inicia un día en el que comienza con una ilusión nueva. Va a ser una experiencia única y más todavía cuando celebren la primera misa, Marcos y Robert.

Yo, cuando me ordené, la primera vez, yo decía bue­no…, iba a ver el misterio porque estaba el Obispo ahí, pero después uno va solo, uno es el que preside y uno se siente tan pe­queño y es bueno eso. Y esa expe­riencia y esa sensación es bueno que dure a lo largo de toda tu vida, por­que llegará el último día de tu vida en el que te toque partir y descubres que la vida tuya no es eterna aquí en esta tierra y que uno tiene un límite, uno es limitado, y depende de Dios.

Por lo tanto, ¿en qué puedes basar tu servicio? bueno, tú estudias mu­cho, estudien mucho y sigan estudiando, pero no basen todo en el estudio. Esmérense en la liturgia también, pero no se vuelvan obsesivos por la liturgia, de manera que sea más importante la liturgia que la gente a la que se sirve, y así en cada una de esas cosas. Ocúpense de estar cerca del Señor, ocúpense de orar mucho, ocú­pense de su vida de testimonio. No traten de esconder sus defectos, eso es una tontería. La gente sabe de nues­tros defectos. No te lo dicen pero saben, lo conocen, saben de dónde cojeamos todos, la mayoría de nuestros defectos, otros la esconde­mos tan bien que ni se dan cuenta, pero normalmente la comunidad nos co­noce. Lo que tienen que tratar es, que aun en esa fragilidad, dar testimonio de lo que puede ha­cer Dios contigo.

Santidad no es una pala­bra que se ha pasado de mo­da. Es una obligación la santidad. Es una palabra que mo­lesta mucho, trabajen con los pecados de ustedes. ¿Qué van a trabajar con los pecados de los demás, si no trabajan con los de ustedes?

No amen el dinero, no le cojan amor al dinero. La mi­sión es lo im­portante, pero la misión se hace con dinero, sin dinero o a pesar del dine­ro, la misión se hace. Ahora, lo im­portante es que ustedes tengan escrita en el corazón la misión. Voy a para­frasear la Biblia y diré : “Derramaré en ustedes un espíritu de sa­cerdocio y escribiré en vues­tros corazones  la misión de Cristo”. Esa es la que cuando uno está solo, la que uno se va a un campo solo, no sigue todavía mos­trando su fragilidad, sino que es em­pujado por la fuerza del Espíritu y entonces la misión está escrita en un corazón sacerdotal.

Cuando haya problemas preocúpense siempre, lo primero, por la fe de la gente que tienen alrededor. Cuando haya un problema, preocú­pense por la fe del pueblo. Este es el trabajo del pastor, la fe del pueblo. Y evalúen cómo están ayudando ustedes a esa fe, porque hay sacerdotes créanmelo, que le quitan la fe al pueblo. Hay sacerdotes con los cuales uno dice aquello de Tomás: “Dichosos los que crean aunque hayan visto”, a pesar de lo que hayan visto, y ustedes conocen al clero, y van a entrar a un colegio que no es de angelitos, y ustedes lo saben, y por eso tenemos que aprender amarnos.

El éxito de una iglesia en un lugar dependerá mucho de la armonía de los sacerdotes. Me alegró mucho ver esta mañana con cuanta alegría lo recibían en el chat del clero, porque ya están ustedes en el chat, con cuanta alegría le estaban dando la bienvenida, eso quiere decir que los quieren mucho y eso es muy bueno. Y ahora comienzan un camino de hermanos y ahora ustedes van a tener muchos hermanos presbíteros con los que van a ca­minar.

El Señor hoy los va a bendecir y esta experiencia va ser única y va a marcar el corazón y va estar llena de emociones, pero las emociones se van a ir después, van a venir problemas, van a venir momentos de desaliento, va a venir de todo! La vida volverá a seguir! Y vendrán momentos diversos. Prepárense para ello.

Pero hoy es el día de celebrar. El Caobal está de fiesta, la Iglesia de Baní está de fiesta y toda la Iglesia universal se alegra cuando hay jóve­nes que se atreven a dar ese paso, después de un maduro camino e itine­rario de discernimiento.

Y eso mismo, yo les animo a los jóve­nes que están aquí, a los que están pensando en esto y a los que están dudando, anímense, hay que dar el primer paso, para el segundo y para el tercero te va ayudando el Señor con Él, sobre la marcha. El Señor nos ayuda.

Pero lo primero es atreverse, perderle el miedo. Ninguno de los sacerdotes que está aquí ordenado se ha arrepentido nunca de haber sido ordenado. Unos habrían dicho: ¡Ca­ramba! hubiese querido prepárame más, haber hecho menos esto, pero sacerdote siempre.

Porque el sacerdocio es una op­ción que la va definiendo tanto que cuando uno llega a la ordenación, uno siente que ha recibido todo lo que uno puede esperar, y no es así, van a recibir más todavía. No tengan prisa y siéntense a los pies del Señor.

Esmérense en predicar la Palabra, no la de ustedes, no inventen, es la Palabra de Cristo, la Palabra que Cristo tiene para el pueblo.

Ustedes son meseros, ustedes son ser­vidores, son camareros de una Pa­labra di­vina, y por eso busquen siempre, como lo hacía Jesús. Jesús dice que le preguntaban y les decía: no, yo no busco decir ni hablar nada que no haya oído de mi Padre.

Esa es la misión y es a Ese que nos estamos configurando, a uno que tiene que doblegar nuestra voluntad, de tal manera que hasta el último día de Jesucristo en la tierra, se le tuvo que doblegar la voluntad cuando Él dijo: “No se haga mi voluntad sino la tuya” y ese día fue la última vez que tuvo que decir Jesús “quita de mí todo afán de hacer lo que yo quiera y de hacer mis caprichos”. Eres propiedad de Dios y de la Iglesia y a ella te debes.

Pídele al Señor la gracia de ser fiel a tu vida cristiana, a tu huma­ni­dad, y sobre todo a tu sacerdocio, que con él, apoyado en esa humanidad, en esa vida cristiana, te llevarán a tener una vida que en el último día de tu vida podrás decir: gracias Señor por lo que he vivido.

Que el Señor los bendiga y que este día, esta ceremonia y este don sea para ustedes y redunde en ustedes en bendición, para el resto de sus días. Amén.

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