Somos testigos privilegiados de la resurrección de Cristo
El mes de abril nos trae el final de la Cuaresma, la Semana Santa y el comienzo de la Pascua: La celebración de la muerte y resurrección de Cristo. Nuestra muerte y resurrección, pues a decir de Pablo, si con Él hemos muerto todos, con él hemos resucitado todos y la muerte ha sido derrotada. ¡Oh muerte!, ¿Dónde está tu victoria? El triunfo es de Cristo, la vida pervive en el hombre para siempre gracias al sacrificio redentor de Cristo, la Palabra de Dios hecha carne que acampó entre nosotros y vive para siempre.
Con la celebración de la Vigilia Pascual, el Sábado Santo, comienza un nuevo tiempo litúrgico, que es el tiempo pascual. No se hacen muchas cosas, pues al parecer hemos quedado agotados humanamente, no así espiritualmente, de tantas actividades sacrificiales que hemos hecho en la Cuaresma, pues en la Pascua se trata de disfrutar el kairos o tiempo nuevo que el buen Dios nos regala.
Pastoralmente, muchos quieren seguir realizando actividades para incentivar y concientizar sobre la Pascua, pero talvez acá no se trata de hacer, sino de vivir y saborear lo que Cristo el Señor nos ha traído con su resurrección. Es el tiempo de volver a la Galilea de Jesús, a lo que él comenzó a hacer y lo hizo allí. Por eso, en el Evangelio de Mateo, Cap. 28, le dice a sus discípulos que vuelvan a Galilea, a donde empezaron, y desde ahí vayan al mundo entero y prediquen la Buena Nueva de salvación eterna, que ha llegado a los hombres y mujeres del mundo.
A nosotros, tras la resurrección, nos toca volver a nuestra Galilea, al origen y lo cotidiano de nuestra fe, y desde ahí realizar la labor misionera que como discípulos de Cristo nos corresponde, si en verdad hemos muerto al pecado junto con él, y hemos resucitado a la nueva vida en él y por él.
Somos los testigos privilegiados de la resurrección de Cristo, y el mundo debe conocer la Buena Nueva de la Resurrección, ya que vivimos en un mundo lleno de señales de muerte y de muertos, donde hace falta que la Palabra de Dios que hemos recibido, se convierta en esa orden que Jesús una vez le dio a Lázaro muerto (Jn 11,43), para que vivan y tengan vida en abundancia, pues ese es el deseo de Dios, y debe ser el de cada uno de nosotros y de esta forma obrar en consecuencia.
En este abril que comenzamos mañana lunes, aunque queda algo de la Cuaresma y la Semana Santa intensifica nuestra espiritualidad cristiana, el centro es la resurrección, la Pascua; serán cincuenta días que deben convertirse en todos los días de nuestra vida, mientras estemos en este mundo, pues de la Pascua debemos vivir y en base a ella debemos actuar.
Es conocida la acusación de que nuestra fe solo se queda en el Viernes Santo, que se enternece y vive más de la muerte de Cristo, de su Cruz, pero si bien es cierto, en nuestra pastoral y vida cristiana tenemos que hacer ver más la resurrección, ella es lo central de la fe. La cruz es símbolo de la fe, pero de una fe que lleva a la vida, a la resurrección, que vence el lazo opresor y aterrador de la muerte y hace nacer la esperanza de vida eterna en nosotros los redimidos por Cristo.
Tenemos una meta y es que lo que se dio en Cristo se dará en nosotros: resucitaremos como él, tras la muerte, y hay que comunicar esta verdad al mundo, en el tiempo de Pascua y siempre. Esa es nuestra misión y nuestra tarea, si en verdad creemos en él.
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