Este marzo del 2019, Año de la Palabra, nos trae el comienzo de la Cuaresma, tiempo muy trabajado en nuestra Iglesia. Decía Monseñor Juan Antonio Flores, que en Cuaresma la sensibilidad cristiana se
pone a flor de piel, y pastoralmente debemos de aprovecharla para hacer que algunos hermanos vuelvan al redil del rebaño, de donde no debieron de salir y hagan una nueva conversión en sus vidas, y
aquellos que no conocen en verdad a Cristo hagan una primera conversión de mente y de corazón.
Pues Cuaresma siempre es sinónimo de conversión, y este es un proceso permanente en la vida del creyente, pues permanente es la tentación y la llamada al pecado. Los días del año nos lo pasamos en una lucha constante y diaria para mantenernos en la gracia de Dios y correrle a la maldición del pecado, pues el tentador que nos invita a pecar tiene nombre y apellido, y no debemos ser ingenuos y caer en sus garras. De ahí que la conversión a la que la Cuaresma nos invita, no es solo a conocer nuestros pecados y pedir perdón, sino sus causas y origen para atacar y matar el monstruo por su cabeza y así entrar a una verdadera vida buena en el Jesús triunfante de la cruz.
Desde los inicios del mundo humano, el pecado se quiere hacer el dueño nuestro, pero esa no es nuestra vocación, lo nuestro es vivir la salvación, que es unión de Dios con nosotros, en un abrazo de padre e
hijo eterno. El Espíritu Santo que es el que nos anima en esta última etapa de la historia, nos alienta y nos fortalece, y constantemente a través de su accionar en la Iglesia nos recuerda lo que somos: hijos
en el hijo, portadores de la multiforme gracia de Dios y miembros vivos de una Iglesia santa a pesar de sus pecados, los cuales tienen sus raíces en las debilidades nuestra. De ahí que la Cuaresma se vuelva un tiempo kairológico, es decir, de nueva presencia divina, de nuevo tiempo de Dios para nosotros, por la presencia de su Espíritu derramado en perdón y misericordia.
En este año de la Palabra, la Cuaresma adquiere ese matiz bíblico penitencial, de los cuarenta días de Noé en el Arca para la purificación del mundo por las aguas, del pueblo de Israel en sus cuarenta años por el desierto para llegar a la tierra prometida, de Elías en sus cuarenta días para llegar al monte Hored y allí encontrarse con Dios y de Jesús en sus cuarenta días en el desierto antes de comenzar a predicar la Buena Nueva del Reino de Dios que había llegado al mundo. Estos matices bíblicos nos orientan en esta
Cuaresma del 2019, que en este marzo comenzaremos, junto a todos los ejercicios de piedad, propios de nuestra religiosidad popular, que vamos a ir haciendo y que ya nuestras comunidades están preparando.
Esperamos que la Palabra de Dios traspase todas estas vivencias, cuya meta es la conversión del pueblo de Dios, y así se haga presente la gracia de nuestro Dios en nuestro pueblo necesitado de cambio y
gracia del Señor. Que en nosotros no haya ningún tipo de miedo a la hora de asumir con seriedad este tiempo litúrgico de la cuaresma. Que el objetivo que la Iglesia espera y que Dios desea se dé. Que haya conversión en nosotros, y eso dé como resultado una mejor sociedad, donde haya equidad y respeto y una persona capaz de caminar en armonía con los otros, sobre todo con su familia, porque la gracia y la misericordia de Dios se han hecho presentes en su vida fruto de una auténtica y verdadera conversión transformadora de su existencia.
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