Cuenta una anécdota que los diablos menores temblaron cuando su jefe máximo les llamó la atención.
“¡Cómo es posible que aún no hayan podido vencer a este hombre! ¡Ineptos!”
“Pero jefe”, dijeron los diablos menores “le hemos puesto en frente ambición, orgullo, resentimiento, poder… ¡todo…! Y no hemos podido confundirlo con nada ¿Qué más podemos hacer?
“¡Estúpidos!”, dijo el diablo mayor aún más furioso. “¿Cuántas veces tendré que decirlo? ¡Les he explicado mil veces que lo que tienen que hacer cuando todo les falle, es usar el arma secreta!”.
“¿Cuál…?” preguntaron temblando.
“El desaliento, idiotas, ¡EL DESALIENTO…!”
Conozco a una persona a quien aplicaron esta arma secreta.
Ella era una mujer alegre y optimista. Con la ayuda de Dios había sabido vencer toda clase de obstáculos. Últimamente, sin embargo, porque Dios no le concedió una petición que ella le hizo, “se enojó” con Dios, y dice que no soporta su vida.
El demonio del desaliento es una tremenda tentación que el diablo pone a los creyentes. Produce lo contrario que alegría y paz: Produce miedo, desgano, hasta deseos de morir.
¿Qué les falta a quienes caen vencidos por esta arma diabólica del desaliento? Les falta acoger la Buena Noticia que nos da el Señor en el Evangelio de hoy (Lucas 21, 25-28).
El Señor nos dice hoy que aún cuando nos sucedan cosas que nos hagan “quedar sin aliento por el miedo”, no nos dejemos vencer, y en cambio, dice que cuando peor nos sintamos, hagamos esto: “Pónganse derechos y alcen la cabeza,que se acerca su liberación”.
En ninguna parte vamos a encontrar luz, paz, impulso nuevo para vivir, si no lo encontramos dentro de nosotros, que es donde está Dios, que es donde penetra la llovizna suave del Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
Y esa liberación de nuestro desaliento no es sólo para el fin de los tiempos. ¡No! El efecto de la potencia salvadora del Señor es ¡PARA AHORA MISMO!
El Salmo 91 nos dice claramente lo que tenemos que hacer: “DI AL SEÑOR: DIOS MÍO, CONFÍO EN TI”
Y él te responderá: “Porque me quieres, te liberaré. Porque me tratas personalmente, te protegeré, me invocarás y te escucharé, contigo estaré en el peligro, te defenderé, te honraré, te saciaré de largos días, te haré gozar de mi salvación…”
Estamos en tiempo de Adviento, y adviento significa “llegada”. Es el tiempo en que el Señor desea especialmente llegar a nuestro interior para liberarnos de nuestro desaliento y darnos en cambio alegría y ánimo.
LA PREGUNTA DE HOY
Si yo me siento mal
¿No significa que sin duda estoy mal?
Aunque usted se sienta sin ánimo puede estar seguro de que su sentimiento, por fuerte que sea, no tiene razón. ¿Por qué? Pues porque usted no está solo. El Señor está mirándolo amorosamente y acompañándolo en su proceso. Sólo hace falta que, en silencio, exprese su necesidad y su confianza.
Sentirse mal no es prueba alguna de que esté mal, y los recursos espirituales que puede regalarnos Dios son siempre más fuertes que los simples miedos y complejos humanos.
El Señor le dice hoy que cuente en Él, que “se ponga derecho y alce su cabeza” porque “se acerca su liberación”.
Sólo hace falta que digamos: ¡VEN, SEÑOR, VEN!
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