Octubre, Mes del Rosario y de las Misiones, así llegamos al último trimestre, con María que nos anima e intercede por nosotros y con Jesús que nos envía como mensajeros suyos a seguir proclamando la Buena Nueva del Reino ya en medio de nosotros.
En esta sociedad nuestra de cultura urbana y de constantes cambios, quién de nosotros no recuerda aquella sociedad de cultura rural, el rezo del Rosario usualmente al anochecer, a los pies de su padre y de su madre y rodeado de los hermanos, primos, abuelos y amigos. Era el darle gracias a Dios por todo lo dado y realizado en el día, y se hacía a través de la madre, como era costumbre en esos tiempos, en que ningún hijo se dirigía directamente a su padre, sino que lo hacía a través de la madre. Era lo mismo cada noche del año. El asunto era rezar y orar a Dios por María.
Mucho de esto, como tantas otras cosas se han perdido, la cultura cambió, el mundo cambió, todos cambiamos, pero los mayores padres y abuelos de hoy, siguen sus rezos, ya no con los hijos, sino por los hijos, pues el mundo, nuestras cosas nos han absorbido y nos hemos alejado de Dios y en sí de nosotros mismos.
¿Cómo podríamos volver al Rosario? ¿Cómo podríamos volver a Dios por María? Es tarea fuerte para la pastoral, pues no se trata de volver a lo mismo que se hacía antes, pues la vida de hoy es diferente, distinta, compleja, pero sí es necesario poner de nuevo en práctica los valores que entrañaba y entraña el rezo del Rosario.
San Juan Pablo II escribió una de sus últimas cartas apostólicas sobre el Rosario, donde invitaba al mundo a volver sobre esta oración tan querida de la Iglesia, en la cual tiene parte importante la poca o mucha fe que a nivel personal cada uno tiene. En su rezo está el valor de dirigirnos a Dios, de orar, de sacar un momento del día para dialogar con Él; sacamos tiempo para tantas cosas, algunas absurdas y tontas, y entonces, cómo no disponer de unos minutos para el Señor, y sobre todo, por mediación de su Madre y Madre nuestra.
Otro valor es el encuentro familiar, pasa el día y no nos vemos, los hogares parecen hoteles de gente que solo duerme y come, y eso no es familia, hay que tomar tiempo para compartir, para encontrarse y saber por el otro que es parte de nuestra vida.
Está también la sencillez de la fe, hoy día hemos complicado el acceso a Dios, y no debe ser, Dios está siempre ahí para quien lo quiere y no hay que hacer una parafernalia para hablar con él, solo con palabras sencillas, bíblicas y simples, como María en el Rosario, podemos acercarnos a Dios. Y así podríamos citar otros maravillosos valores que el Rosario nos aporta y que deberíamos aprovechar en este mes y siempre.
Octubre también nos invita a tener presente una dimensión importantísima de la fe: la misión, somos discípulos-misioneros nos llaman los Obispos Latinoamericanos en el documento de Aparecida, pues el asunto es conocer la fe y darla a conocer, y en este mes debe renovarse nuestra vocación misionera; ahora bien, cada vez que en la Iglesia se habla de misión se piensa de una vez en ir de casa en casa, eso es bueno y ayuda, pero no agota la razón de ser de la misión en nosotros. Ser misionero es ser un testigo constante de Cristo, en todo lo que hacemos, en donde quiera que nos movemos y con quien sea que nos relacionemos, somos testimonio suyo veinticuatro/siete, como se dice hoy día, con la intención de vivir nuestra fe y que ella motive a otros a vivirla.
Con el Rosario rezamos al Señor por medio de la Virgen, para que seamos verdaderos misioneros de la Palabra eterna que es Cristo nuestro Señor.
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