Así dice el Señor: “Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica. Destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.” (Zacarías 9,9-10)

 Sión existía antes que Israel fuera Israel. Por lo menos el nombre Sión ya existía cuando David conquistó la ciudad jebusea que vendría a ser Jerusalén. Con el nombre Sión se llegó, luego a denominar el monte donde estaba ubicado el templo, lo mismo que toda la ciudad de Jerusalén.  En el texto que hoy nos ocupa se hace alusión a esto: “Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén”. Se trata de un paralelismo sinonímico, género muy querido por la literatura judía. “Hija de Sión” e “hija de Jerusalén” viene a decir lo mismo. Sión pasó de ser un nombre para convertirse en una realidad, lo que dio pie a toda una elaboración teológica que podemos llamar “teología de Sión”. Diversos pasajes proféticos, así como un gran número de salmos, recogen esa teología revistiéndola de contenido escatológico: Sión será el lugar a donde serán convocados los invitados al banquete del reino. En nuestro texto aparece relacionada con un oráculo de esperanza mesiánica.

Al leer estas tres líneas no puedo dejar de pensar en Jesús y la relectura que hacen los evangelistas de este pasaje cuando narran su entrada en Jerusalén el Domingo de ramos. Entra como dice nuestro texto: “modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica”. Es un signo de paz y mansedumbre. Revela las intenciones pacíficas del salvador de Israel. Dios, soberano de la historia, ha optado por enviar al mundo un mesías humilde.

Los conquistadores y guerreros cabalgan a caballo, el mesías lo hace en un borrico. ¡Vaya contraste! El caballo representa la fuerza, el vigor, la rapidez, la belleza, sobre él un rey es la encarnación de la arrogancia; el burro, por su parte, se muestra discreto y servicial. No obstante, el rey que monta en ese borrico saldrá victorioso, según la profecía que aquí se anuncia. La paz llegará no como fruto de la fuerza, sino por la acción de Dios en medio de su pueblo. Por ello rompe sus armas y medios de fuerza. El texto habla de arcos, caballos, carros. Se refiere a la maquinaria bélica de entonces. Su palabra (“dictará”) será el instrumento que ayude a construir la paz. Aparece aquí el diálogo como única herramienta para acabar con la espiral de violencia que generan los conflictos entre las personas y las naciones. Todo lo contrario a la “dicta-dura”).

Pero, ¿cuál es el contexto en que se hace este anuncio? Veámoslo. Alejandro Magno había hecho en pocos años las mayores conquistas que se podía lograr. Al morir éste, sus generales se dividen el imperio, quedando los Tolomeos con el dominio sobre Egipto y los Seléucida sobre Siria. Judá pasaba de las manos de unos a la de los otros según se dominaban entre ellos. Fueron décadas de graves turbulencias. El pueblo había perdido la esperanza y la alegría. El mensaje profético le sale al paso a esa situación: “Alégrate, hija de Sión…”. Es hora de salir de las amarguras provocadas por esa historia de violencia. El futuro mesías de Israel, prometido a David, llegará rodeado de signos de paz.

Con la imagen del rey-mesías cabalgando sobre un borrico el profeta quiere mostrar cómo el Dios de Israel desea romper con la dinámica histórica de imperios opresores y de reyes poderosos que abaten y conquistan pueblos que no quieren la guerra. El rey-mesías esperado instaurará un reino de paz. Esa paz alcanzará no solo al pueblo judío, sino a todos los pueblos vecinos. La paz vendrá acompañada de fecundidad y prosperidad.