Hablando con un amigo acerca de la fe de nuestro pueblo, veíamos que por el accionar de la gente, y la popularidad que tienen ciertos predicadores y eventos, la fe de nuestra gente da la impresión de ser una fe más de miedo que de convicciones profundas; uno no sabe si en esto ha influido la falta de formación profunda a nivel doctrinal y teológica o la haraganería de muchos a formarse y solo conformarse con un nivel mínimo y nocional de la fe.

Esto es algo que no solo lo vemos a nivel católico, de igual forma se da en los sectarios, e incluso me atrevería a decir, que cuando en ambientes católicos se trata de entrar a un nivel profundo de la fe, muchos se han ido o escapado a este bando buscando esos elementos primitivos de la vivencia religiosa, pues muchas veces lo que está en juego, como he dicho en otras ocasiones, no es la fe en sí, sino la comodidad de la fe.

Muchos creen que tienen miedo de lo que les espera tras la muerte, otros como medio de solución antes dificultades personales, familiares, sociales y hasta económica. Algunos buscan señales extraordinarias para creer, hay un miedo profundo al demonio, se espera que el creer dé buenos resultados en la vida a todos los niveles, se simplifica en una búsqueda de seguridad ante los imprevistos de la vida, pues no se trata de una opción y una convicción clara en torno a un hecho que es Dios, el que Jesús su hijo nos ha revelado.

En la carta a los Hebreos en el capítulo 11,1 está la clásica definición de la fe: ´´La fe es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve´´ (tomado de la Biblia de la Iglesia en América). Es un esperar y una certeza o una verdad que acompaña nuestra vida, no es un medio o una filosofía, o un salto como diría un filósofo, es algo que acompaña mi vida, mi quehacer, que va configurando mi existir en Dios. Es una espera que no necesita de medios o de cosas para producir el efecto buscado o deseado en nosotros, se vale en cierto momentos de acontecimientos para hacerse sentir, pero su fuerte y razón de ser no están en esas cosas, sino en la fuerza de la esperanza y la verdad que entraña.

Por eso el que tiene fe es una persona segura en su ser y quehacer, cree en el Dios que nos mostró Jesucristo: el Dios del amor y de la misericordia, no en una fuerza todopoderosa y mágica, o especie de máquina a la que doy y me da o entidad que espero me augure cosas buenas. También no en el Dios ´´guachimán´´ que está ahí esperando que yo falle para lanzarme rayos y desgracias y mandarme al infierno el día que me presente ante él,  también el Dios inútil, porque el demonio tiene más poder que él. 

Nada de eso, nuestra fe es en ese Dios que me ha dado su gracia, pues creemos, tenemos fe, no por nosotros sino porque él se ha hecho encontradizo para nosotros y nos invita a participar en esa certeza-verdad en él, que aunque uno quiera negar, como dice el profeta, estalla en nosotros en nuestro interior y nos invita a seguirle aunque uno no quiera, a sabiendas de que ya nuestra vida no tendrá sentido sino en él. Que nuestra mayor satisfacción es ese sentido de libertad que nos da, y que no necesitamos de cosas ni de nadie para solo creer y esperar en él.