El furor y la cólera son odiosos; el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos. Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error. (Eclesiástico 27,33-28,9)

Furor, cólera, venganza, rencor, ira, enojo. Una cadena de actitudes y sentimientos que desemboca irremediablemente en la violencia. Seis venenos que intoxican la vida. Sabios consejos para la juventud contemporánea del autor sagrado. En efecto, el libro del Eclesiástico pretende ser un compendio de enseñanzas y reflexiones para ayudar a los hijos de las familias más destacadas de Jerusalén a posicionarse sabiamente ante la vida y desempeñar con responsabilidad las obligaciones sociales que asumieran. Un elemento importante para alcanzar ese objetivo es la transmisión del patrimonio religioso de Israel, el valor de sus tradiciones y la fe inquebrantable en Yahvé. Todo un programa de vida para la juventud de la época. El tema central de nuestro texto de hoy lo podemos recoger en esta etiqueta: “es mejor perdonar al prójimo que guardarle rencor por las ofensas recibidas”.

El polo opuesto a la cadena de actitudes y sentimientos que aparecen más arriba es el perdón. Psicológica y teológicamente es lo que conviene. Con respecto a esto último el texto deja claro que quien procura la venganza se podría encontrar con la venganza del mismo Dios. Palabras duras que desdicen del Dios compasivo y misericordioso que nos transmite la Escritura. Para este autor la venganza divina no es un asunto reservado para un más allá espaciotemporal, sino que cualquier castigo es recibido antes de la muerte. Por lo que podemos decir que quien se encarga de tomar venganzas contra el rencoroso y vengativo es la vida misma. Pero en una mentalidad en la que nada queda fuera del campo de acción de Dios se interpreta que es el mismo Dios quien cobra cuenta de las ofensas cometidas.

El perdón aparece aquí como algo anterior a la confesión cristiana. De hecho, en todas las tradiciones religiosas anteriores al cristianismo se insiste en su práctica. Tres ideas básicas aparecen relacionadas con la práctica del perdón en dichas tradiciones: la kénosis, la regla de oro o ética de la reciprocidad y la ahimsa (“no causar daño”). La primera, la kénonsis, alude a un “vaciamiento del yo”. Actitud importante no solo para el crecimiento espiritual del individuo sino también para garantizar el orden social. “Bien entendida, la kénosis, nos libera de la destructiva estrechez y ceguera del egotismo. Nos abre a una nueva comprensión de nuestra propia persona y a una renovada percepción del mundo que nos rodea” (Armstrong, K., Naturaleza sagrada, 2022).

Aunque la fe cristiana centra, obviamente, su comprensión de la kénosis en las actitudes del mismo Cristo (Flp 2, 6-11), esta ya estaba presente en el taoísmo chino, cuyo ideal consiste en abandonar nuestro ego e imitar la kénosis, la cual en vez de limitarnos nos fortalece: “el sabio se mantiene rezagado y así es antepuesto // Excluye su persona y su persona se conserva // Porque es desinteresado obtiene su propio bien”. Cuando el ser humano se aferra desesperadamente a una hinchada noción del yo es cuando aparece el furor, la cólera, la ira, la venganza, el enojo, el rencor. Cultivar actitudes inspiradas en la kénosis nos hace bien a todos, tanto en lo personal como en lo social.

La llamada “regla de oro” o “ética de la reciprocidad y la compasión” es algo que todas las tradiciones religiosas han defendido. Parece algo arraigado en el sentido moral del ser humano. Se puede recoger en esta sencilla fórmula: “no hagas a los demás lo que no quieras para ti”. Otras variantes son conocidas. Todas ellas tienen como elemento central la reciprocidad respetuosa, la consideración y la idea de asemejar al otro a uno mismo. Lo cierto es que la compasión parece ser la esencia de la religión y de la moral. Con esa fórmula se nos insiste en bajarnos del trono que ocupamos en el centro de nuestro diminuto mundo.

Finalmente, ahimsa, “no causar daño”. Es una actitud que ocupa un lugar especial en la espiritualidad india. Da por supuesto que el otro es como uno mismo, tiene un carácter vulnerable y sagrado, a la vez.