A grandes males grandes remedios

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Queridos hermanos y hermanas:

Reciban de parte de nues­tro Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, Mons. Francisco Ozoria Acosta y nuestros Obispos auxiliares, aquí presentes Mons. Jesús Castro Marte, Mons. Fausti­no Burgos Brisman y nues­tros sacerdotes, un saludo fraternal.

El Evangelio con su sólida espiritualidad de encarnación al servicio de la Iglesia y de todo el Pueblo de Dios, nos presenta a un Dios que se ha implicado y comprometido con nuestra débil y pobre humanidad, hasta llegar a ser y hacerse como uno de nosotros, to­mando parte de nuestra frágil carne.

La encarnación de Dios, asume con sensibilidad solidaria las alegrías y los sufri­mientos, las esperanzas y las injusticias, que padece y vive la humanidad.

Ante desafíos inéditos de nuestro tiempo, que involucran nuestra humanidad, como la crisis ecológica, el desarrollo de las neurociencias o técnicas que pueden modificar al hombre, las desigualdades sociales, las carencias de oportunidades en un ambiente de inequidad y de injusticias.

Tenemos que invocar al Dios salvífico, al Dios mi­sericordioso, al Dios del Amor, la paz y liberador de los pobres, deprimidos, olvidados, marginados, explotados, manipulados y expro­piados de sus derechos de vivir una vida digna inclu­yendo los años finales de su vida. Es preciso traer una nueva luz en que apague las oscuridades del mal expresado en la impunidad, los vicios antiéticos y degradan­tes de la persona humana, de la corrupción, la violencia, la inseguridad ciudadana y la indolencia. (Mensaje CED 27 de febrero 2019. No. 10, 11, 12, 13, 14 y 15).

Encendamos las luces de una nueva esperanza y ante lo motivador de una Inde­pendencia Nacional, que ha de ser un proceso de libera­ción personal, siendo hombres y mujeres liberados y liberadores.

En un Te Deum como este, de alabanzas, bendiciones y acción de gracias, es preciso que asumamos valores esenciales de nuestra fe y de nuestro compromiso humano con nuestros ciudadanos.

Compartimos pues una expresión agradecida a Dios por sus bendiciones para con nosotros en el Espíritu de Aparecida: Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza. Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y debe­res en medio de la creación. Le agradecemos por aso­ciarnos al perfecciona­miento del mundo, dándo­nos in­teligencia y capacidad para amar; por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promo­ver. (cfr. #104)

Alabamos a Dios por el don maravilloso de la vida y por quienes la honran y la dignifican al ponerla al servicio de los demás; por el espíritu alegre de nuestros pueblos que aman la música, la danza, la poesía, el arte, el deporte y cultivan una firme esperanza en medio de pro­blemas y luchas. (cfr. #106.)

Bendecimos al Padre por el don de su Hijo Jesucristo, “rostro humano de Dios y rostro divino del hombre. (cfr. #107) Bendecimos al Padre porque todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, puede llegar a descu­brirlo, en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15), el valor sagrado de la vida humana, desde su inicio hasta su término natural, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este de­recho, se fundamenta “la convivencia humana y la misma comunidad política. (cfr. #108)

Bendecimos a Dios por haber creado al ser humano varón y mujer, aunque hoy se quiera confundir esta verdad: “Creó Dios a los seres humanos a su imagen; a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó” (Gn 1, 27). Pertenece a la naturaleza humana el que el varón y la mujer busquen el uno en el otro su reciprocidad y complementariedad. (cfr. #116)

Dios ama nuestras fami­lias, a pesar de tantas heridas y divisiones. La presencia invocada de Cristo a través de la oración en fami­lia nos ayuda a superar los problemas, a sanar las heridas y abre caminos de espe­ranza. (cfr. #119)

 

LA BUENA NUEVA DE LA ACTIVIDAD HUMANA

Alabamos a Dios porque en la belleza de la creación, que es obra de sus manos, resplandece el sentido del trabajo como participación de su tarea creadora y como servicio a los hermanos y hermanas. (cfr. #120)

Damos gracias a Dios porque su Palabra nos ense­ña que, a pesar de la fatiga que muchas veces acompaña al trabajo, el cristiano sabe que éste, unido a la oración, sirve no sólo al progreso terreno, sino también a la santificación personal y a la construcción del Reino de Dios. (cfr. #121)

Alabamos a Dios por los talentos, el estudio y la deci­sión de hombres y mujeres para promover iniciativas y proyectos generadores de trabajo y producción, que elevan la condición humana y el bienestar de la sociedad. La actividad empresarial es buena y necesaria cuando respeta la dignidad del trabajador, el cuidado del me­dio ambiente y se ordena al bien común. Se pervierte cuando, buscando solo el lucro, atenta contra los derechos de los trabajadores y la justicia. (cfr. #122). No de­jemos de tomar en cuenta los talentos de nuestros jó­venes, en lo político, en lo social, en lo productivo. Contemos con su creatividad y sus nuevas visiones.

Alabamos a Dios por quienes cultivan las ciencias y la tecnología, ofreciendo una inmensa cantidad de bienes y valores culturales que han contribuido, entre otras cosas, a prolongar la expectativa de vida y su ca­lidad. (cfr. #123)

 

LA BUENA NUEVA DEL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES Y ECOLOGÍA

 

Alabamos al Señor que creó el universo como espacio para la vida y la convivencia de todos sus hijos e hijas y nos los dejó como signo de su bondad y de su belleza. Nos ha sido entregada para que la cuidemos y la transformemos en fuente de vida digna para todos. Aunque hoy se ha generali­zado una mayor valoración de la naturaleza, percibimos claramente de cuántas ma­neras el hombre amenaza y aun destruye su ‘hábitat’. “Nuestra hermana la madre tierra” es nuestra casa co­mún y el lugar de la alianza de Dios con los seres huma­nos y con toda la creación. (cfr. #125)

La mejor forma de res­petar la naturaleza es promover una ecología humana abierta a la trascendencia que respetando la persona y la familia, los ambientes y las ciudades, sigue la indica­ción paulina de recapitular todas las cosas en Cristo y de alabar con Él al Padre. El destino universal de los bie­nes exige la solidaridad con la generación presente y las futuras. (cfr. #126).

Exhortaciones finales

 

Dispongámonos a la conquista de la honestidad, vo­cación de justicia, vocación de servicio, disciplina, probidad, cortesía, decoro, discreción, lealtad y pulcritud (cfr. Mensaje CED 27 de fe­brero, 2019: Urge un comportamiento ético en la so­ciedad Dominicana #8) .

Estamos convencidos de que, sin un comportamiento responsable y coherente con la vivencia de los valores, será muy difícil dar conti­nuidad al proyecto de Na­ción que soñaron los Padres de la Patria.

Entendemos que no basta la sola denuncia de lo malo para llegar a cambiar las cosas. Es necesario ser pro­positivos y proactivos, aportando cada cual su granito de arena, es decir, realizando de forma correcta la tarea que le corresponde en la sociedad. Para garantizar la paz social es indispensable el respeto a las instituciones públicas y privadas, ya que la institucionalidad del Esta­do es el corazón de la vida para salvaguardar las garantías de una democracia transparente, justa, equita­tiva, en igualdad de condicio­nes entre los ciudadanos. (#24)

El país es de todos y todos somos responsables de su buena o mala marcha. Aprovechamos la ocasión para pedir a todos los estamentos de la sociedad: líde­res políticos, funcionarios públicos, empresas priva­das, organizaciones no gu­bernamentales, profesio­nales organizados e iglesias, que asumamos la tarea de vivir y educar de acuerdo a la ética y con los valores de la honestidad, equidad, verdad, trabajo, responsabilidad, respeto, solidaridad, fraternidad, justicia, hospitalidad y amor a la familia.

Porque no podemos abandonar nuestro país bajo la perversa hegemonía de antivalores, encarnados en hombres y mujeres sin principios éticos ni morales. Nuestro país merece un mejor porvenir y su destino está en nuestras manos. (#25)

Apelamos a la sensatez y cordura y al compromiso de toda la ciudadanía, de ma­nera muy especial de los ser­vidores públicos, la clase política y todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que se interesan por la buena marcha del país, para que juntos construyamos una República Dominicana diferente que respete el supremo valor de la vida, que sea equitativa, donde se combata la miseria con polí­ticas de inclusión de los más pobres en los proyectos de desarrollo; una sociedad ho­nesta, cordial, unida, solida­ria, viviendo a plenitud los valores que sostuvieron la libertad conquistada aquel 27 de febrero de 1844. (#26)

Restauremos la confianza, el optimismo y la espe­ranza de un futuro promisorio. Pedimos al Señor, fuen­te de toda sabiduría, que ilumine al pueblo dominicano y a todas sus autoridades, en el 175 aniversario de su Independencia, teniendo co­mo centro y motivación de nuestro vivir y servir a Dios, la Patria y la Libertad. (#27)

Dios y la Virgen de La Altagracia nos iluminen y fortalezcan nuestros princi­pios y valores humanos, cristianos y patrióticos: Dios, Patria y Libertad.

Con amor y Bendición para todos.

 

†Mons. Dr. Ramón Benito Ángeles Fernández

Obispo Auxiliar Arquidiócesis

de Santo Domingo

Vicario Episcopal Territorial

Santo Domingo Este

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