Desde México DF, estaba pautado a llegar al Aeropuerto Internacional de Miami a las 4.35 de la tarde. Dos horas después, debía tomar el avión a Santo Domingo, lo que, en una terminal tan grande, a veces resulta complicado y debemos ser ágiles para no perder el vuelo.
Y, por experiencia, cuando uno viaja, ya estando en el aeropuerto, la sensación de llegar rápido a su terruño es inmensa, independientemente de lo agradable que haya sido la estadía allende los mares.
Sucede que, desde el hogar de Benito Juárez, por razones ajenas a la línea aérea, el vuelo se retrasó 45 minutos. Eso lo sentí en el alma. Apelé a la calma y me ayudó bastante recordar aquel proverbio que dice “Si la suerte está de tu lado, por qué te apresuras, y si está en contra, por qué te das prisa”. Solo podía esperar, pacientemente.
La vez anterior, cuando estaba en la migración estadounidense, la fila era enorme y estuve allí por casi una hora. Imagínense, yo haciendo cálculos matemáticos, con el riesgo de fallar por mi condición de abogado, concluí que me quedaban apenas 15 minutos para pasar por aduanas, llegar a la terminal, al “gate” de la línea aérea y regresar a mi país.
Resignado estaba a quedarme en el aeropuerto, dispuesto a tomar el próximo vuelo, con las implicaciones emocionales y económicas que conllevaba, con el agravante, duplicando en tal situación el aburrimiento, de que ya había concluido de leer “Las intermitencias de la muerte”, de José Saramago.
Llegué a migración. Había unas 100 personas delante. A alguien que trabajaba allí le expliqué mi realidad, a ver si me daba un “chance” para avanzar. Se negó. Como no me gusta pensar mal de la gente, lo atribuí a que no entendió mi dudoso inglés.
Un ciudadano español que estaba delante, cuando escuchó todo, me permitió adelantar y me dijo que a los siguientes les explicara mi situación. Así lo hice y uno a uno me cedieron el paso, con una fraternidad y comprensión extraordinarias. Nunca antes había dado tanto las gracias repetidamente. Las lágrimas me brotaron.
Llegué donde el oficial de migración, que estaba observando todo. Con aire paternal me pidió el pasaporte y boleto de viaje, todo correcto, luego huellas digitales, foto, sello y una sonrisa. Avancé con rapidez. Gracias a Dios estuve a tiempo y pude retornar normalmente a la República Dominicana.
¡Qué bueno es el ser humano! Confiemos en las personas, que si uno o dos nos tratan mal es el pequeño precio a pagar por creer en el prójimo! ¡Gracias, gracias, mil gracias nueva vez a esos gigantes desconocidos que me ayudaron!
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