“Los últimos centavitos”

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Según el Evangelio de San Marcos 12, 38-44

El movimiento rítmico de la mecedora iba adormeciendo a mi segundo niño hasta que se quedaba profundamente dormido. Todos los hijos nacen diferentes. Este no era como el primero, que era grande y fuerte, y se dormía solo en su cuna. A éste, más pequeño y más inquieto, había que “dormirlo”.

Siempre pensé que lo que lo dormía en mis brazos era ese movimiento adormecedor de la mecedora. Ahora sé que no era eso, sino, principalmente, lo seguro y lo amado y protegido que se sentía en los brazos de su papá.

Teresita de Lisieux no tuvo hijos puesto que ella entró desde jovencita en un convento. Ella no supo lo que era tener un hijo o hija, pero supo algo más importante: supo lo que era SER una hija de Dios.

Es por eso que escribió el secreto de su felicidad: “Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a la hoguera del amor divino: ese camino es el abandono de un niño que se duerme sin miedo en brazos de su padre”.

“El que sea pequeñito que venga a mí, dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón”.

Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que a los pequeños se los compadece y perdona… Y el Padre los estrechara contra su pecho” según palabras del profeta Isaías.

Esta encantadora joven santa, nombrada Doctora de la Iglesia, contrariamente a lo que me inculcaron a mí de que yo tenía que ganarme el cielo a base de cumplir mil y una leyes con mi esfuerzo sacrificado y hasta heroico, descubrió lo que ella llamó “su nuevo camino”.

“He descubierto un nuevo cami­no” – escribió, “bien corto, bien derecho, un camino totalmente nuevo: el camino del abandono y gratitud”.

Más adelante afirmó: “Jesús no tiene necesidad de nuestras obras, sino sólo de nuestro amor”,

“¡Qué pocos corazones encuentra que se entreguen a Él sin reservas, que comprendan toda la ternura de su amor infinito…!”

La pobre viuda que aparece en el Evangelio de hoy, cuando echó sus últimos centavitos como limosna, se entregó sin reservas y se abandonó enteramente en los brazos de Dios.

Jesús la elogió diciendo: “Ella ha echado más que nadie, porque los demás han echado de lo que les sobra, mientras ella dio lo que le falta, todo lo que tenía para vivir”.

 

LA PREGUNTA DE HOY

 

 

¿Cómo puede un hombre pecador

como yo, ir al cielo cuando muera?

 

Cuentan que un hombre pecador, como usted y yo, se arrepintió y se confesó.  Entonces compró una libretica que siempre llevaba consigo, y en ella iba anotando todos los actos buenos que hacía como expiación por sus pecados.  Un día murió, y mientras se acercaba a la puerta del cielo,  buscaba afanosamente en sus bolsillos la libretica, sin poder encontrarla, cuando oyó que llamaban su nombre.

Levantó la vista y allí estaba Jesús sonriéndole e interrum­piendo su nerviosismo lo levantó, lo apretó contra su pecho mientras le decía al oído: “No seas tonto, mi amigo querido, ¿Cómo ibas tú a ganarte la felicidad eterna? Si tú hu­bieras podido yo no hu­biera tenido que morir en la cruz. Ya yo pagué por todo”

“Ese es mi regalo para ti, ven y vive en mi amor eternamente” .

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