Nuestras celebraciones navideñas se parecen un poco a esa familia que quería huir de la contaminación, los colmadones y los motores bullosos y se mudó lejos de la ciudad. Al principio, sólo se oían los pajaritos, pero luego la ciudad los invadió y ahora  están arropados por  las bocinas de los vecinos fiesteros. Un “jefe apoyado” les montó cerquita un centro cervecero, donde la música no se apaga hasta las dos de la mañana.

Adviento, un tiempo para buscar los caminos del Señor (Salmo 24). No esperemos a que se calme afuera la bulla de la falsa navidad, para empezar adentro a prepararnos para la nuestra.

   Jesús de Nazaret nos da una pista en el Evangelio de hoy. Al hablar del tiempo final de la historia, Jesús lo presenta así: “Habrá señales en el sol,  la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje…”  Jesús no se desanima por toda esa bulla y fragor, al contrario, el Maestro nos enseña: “Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza, se acerca su liberación.”

   En estos días, preocupémonos por aquello que le preocupa a Jesús: “tengan cuidado, no se les embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida.”  Este es el tiempo en el cual debemos aprender a estar de pie y alertas ante los desafíos de la vida. Que las oportunidades para hacer el bien no nos agarren “asando batata”. Lo decisivo de la vida caerá sobre nosotros como un lazo. ¡Hay que estar despiertos!

   Es Adviento, levantemos la cabeza, hay esperanza, no como resultado de nuestros cálculos, sino porque Dios es leal y enseña sus caminos. Él viene, ¡levanta tu cabeza!

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