El aquí y ahora versus la vida eterna

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Todavía hay gente que no sale del asombro ante lo que pasó hace algu­nos días con el padre Alberto Linero. Este famoso y gran comunicador de la Palabra dejó atónito a todo el mundo cuando dijo que dejaba el sacerdocio, para asumir otro estilo de vida, porque no aguantaba ya la sole­dad afectiva que conlleva la vida sacerdotal. Que deseaba vivir, disfrutar de lo que Dios le va dando al hombre común en su cotidianidad.

Parece que Alberto con esto entraba en la dinámica de todos sus segui­dores y oyentes, pues ellos van vi­viendo esos día a día: lo propio, lo común de los seres humanos en esta vida, y parece una paradoja, ya que muchos veían y escuchaban a Linero, para que les ayudase en ese mismo continuo y constante de sus vidas, que ahora él quiere vivir.

Pero tal vez lo de la salida de ese cura, puede darnos pie a algo mayor. Estamos en un mundo donde el ser humano ha logrado grandes cosas, y testimonio de ello son la ciencia y la tecnología. El hombre ha avanzado mucho. Es como si tuviese la totalidad de este mundo en sus manos. Ha logrado descifrar las grandes leyes de la naturaleza, combatir y vencer un gran número de enfermedades, ir al espacio, labrarse una serie de co­modidades que hacen la vida mucho más confortable y de mayor bienestar que en épocas pasadas. Tal vez estamos en uno de los mejores mo­mentos de la historia, donde el aquí y el ahora se han tornado tan interesantes que para qué preocuparnos por la trascendencia, es decir, un más allá, una vida eterna, si aquí ya tene­mos con qué pasarla bien, sin preocupaciones de lo que mañana vendrá.

Es la gran tentación del hombre y la mujer de hoy, pero sobre todo del hombre y la mujer creyente. ¿Por qué sacrificar lo que tengo aquí y ahora, a la mano? ¿Por qué privarme de lo que me es legítimo por naturaleza y por ser un ser vivo? Es como si el ser humano estuviese perdiendo su vocación a lo trascendente, es la base del secularismo rampante que nos amenaza fuertemente hoy día, a los que profesamos la fe en el Dios Señor de todo.

El ser humano va viviendo sus días sobre la faz de la tierra, y siente que no hay nada más que buscar. Que  en el mundo existen los elementos para hacer su paraíso en el planeta, sin muchas pretensiones, solo dejarse llevar por lo que el mundo nos ofrece y nos da: un buen trabajo para sub­sistir en la vida, una familia con una buena compañera y unos hijos, un buen grupo de amigos para pasarla bien cuando nos encontremos. Unos buenos fines de semana para la di­versión y el descanso, buena salud o buen seguro para cuando se caiga enfermo.

Que haya paz y estabilidad en dónde uno viva, que cada uno se res­ponsabilice por lo suyo, que los polí­ticos y el Gobierno nos dejen llevar la fiesta en paz, y Dios, de vez en cuando o para cuando se necesite. Para qué pedir más, con eso basta y sobra, dice el hombre de hoy. Qué le es más que eso para vivir la buena vida aquí y ahora. Con eso es suficiente.

La vida eterna no es algo para mucho tarde, sino que es algo que ya no cuenta, solo el aquí y ahora, y nada más; no hay que romperse la cabeza con lo que vendrá después, si es que viene, dicen algunos. El dictamen está hecho, por qué sacrificar la vida terrena si es tan buena y llevadera, y está a la mano, aunque sea corta. De todos estos parámetros que hemos señalado se desprende la gran crisis de fe que hay a nuestro alrededor y es la raíz de otras crisis tanto en la Iglesia como en la sociedad en que vivimos y en el caso de algunos hermanos que ya conocemos.

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