Hoy vemos a Jesús en el Evangelio afirmar: “Pues páguenle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22,15-21).
¿Será que a Jesús le interesa repartir el poder entre César y Dios?
Los fariseos se presentan reconociendo que Jesús es un hombre que habla la verdad, caiga quien caiga. En realidad, le reconocen ese valor a Jesús para que se acelere, tropiece y caiga. Le preguntan: “¿es lícito pagar impuesto al César o no?”
Si Jesús defiende la licitud del impuesto, queda como traidor a la causa judía; si en cambio, sostiene que no se debe pagar, queda como revoltoso ante la omnipresente autoridad romana. ¡Como quiera queda mal!
Ese hombre serio, que era Jesús, les enrostra su hipocresía. Le quieren perder. Observe cómo les pide la moneda y Jesús les hace reflexionar sobre la cara y la inscripción. Ellos poseen una moneda con una cara estampada, práctica prohibida por Éxodo 20, 4.
Al hacerles reparar a los fariseos que la moneda lleva la cara de César se está burlando del emperador. ¿Tan angurrioso es, que hasta estampa su cara en las monedas? Al decirles: — si la cara es del César, denle su moneda—les muestra que el estampar la cara en la moneda establece una propiedad. Pero ellos y nosotros llevamos estampada la imagen de Dios, ¡somos de Dios!
Y aunque la inscripción rece: “Tiberio, Cesar, Augusto, hijo del divino Augusto.” Al Jesús mandarles dar a Dios lo de Dios, está desenmascarando la mentira de la moneda: ¡César no es Dios!
¿Ustedes han entrado en la trama de los negocios y sus enredos? ¡Páguenles con la moneda que lleva la cara de César! Pero ustedes, llevan estampada la imagen de Dios, le pertenecen totalmente desde la creación.
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