La viña de Dios
Hoy viña de Dios es el mundo entero
Junto a la higuera y al olivo, la viña forma parte del paisaje cultural mediterráneo. Todos ellos son árboles de una densa carga simbólica. El pueblo de Israel, por ejemplo, siempre se concibió como viña de Dios. La literatura profética y la oración sálmica así lo hacen notar. Tanto la primera lectura como el salmo que se nos propone este domingo dan cuenta de ello; también Jesús, en el Evangelio de este día, pronuncia una alegoría con respecto a ese tema. Es una imagen potente para hablar de los cuidados del viñador, del esfuerzo que demanda la plantación: poda, limpieza, remoción de tierra, vendimia… mucho esfuerzo y recurso esperando favorable respuesta.
La primera lectura nos presenta una situación particularmente decepcionante: “Mi amigo tenía una viña en un fértil collado. La entrecavó, quitó las piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cavó un lagar. Esperaba que diese uvas, pero dio agrazones”. ¡Vaya decepción! Aunque el relato nos habla de Israel (la viña-pueblo de Dios) y del amigo que la cultiva (Dios), siempre que leo este texto pienso en los padres de familia que habiendo hecho todo lo que estaba a su alcance para transmitir a sus hijos un estilo de vida intachable, luego ven cómo su comportamiento desdice de la formación recibida en casa. El fruto maduro y dulce nunca llega, en su lugar aparecen frutos ácidos, negativos, amargos. Y luego los acostumbrados cuestionamientos: “¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho? ¿Por qué, cuando yo esperaba que diera uvas, dio agrazones?”
En la alegoría que Jesús pronuncia en el Evangelio aparece una clara contraposición entre las acciones del señor de la viña y las acciones de los encargados de la misma, clara referencia a las autoridades judías. El comportamiento del amo se describe con cinco verbos, todos ellos revelan el esmerado cuidado que éste muestra hacia su viña: la plantó, la rodeó, cavó, construyó (una torre), la arrendó. Mientras que la actitud y comportamiento de los labradores se recoge en tres verbos que denotan una particular violencia: golpear, apedrear, matar. Hay otros dos elementos que resaltan el interés del amo por su viña: la insistencia en el envío (por tres ocasiones envía emisarios) y la esperanza de que la viña haya dado frutos (cuatro veces aparece esa idea). Esto último podría verse como una actitud interesada por parte del amo; en realidad lo que quiere es comprobar si sus esperanzas se han hecho realidad. Con amargura descubre que todo su esfuerzo ha sido infructuoso.
Hoy la viña de Dios es el mundo entero. Esta casa común que todos compartimos y que estamos llamados a cuidar. ¡Cómo no recordar aquí, especialmente en este día, 4 de octubre, el llamado que nos hiciera el Papa Francisco en su exhortación apostólica Laudato sí’!: “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” (No 13).
Antes había escrito el Papa refiriéndose a San Francisco de Asís: “Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.(No. 10).
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