Responsabilidad personal

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Los textos de la liturgia de la Palabra de este domingo nos invitan a la respon­sabilidad personal, una pa­labra que es más que pala­bra. Se trata de una actitud ante la vida, la respuesta que esta reclama. En efecto, la vida nos interroga, nos interpela, nos pide una res­puesta, reclama que nos hagamos cargo de ella.

En la primera lectura, el profeta Ezequiel resalta la responsabilidad personal ante el propio pecado, supe­rando así la tradicional idea de una responsabilidad co­lectiva por el pecado come­tido por algunos del pueblo. Aborda también el profeta el tema del arrepentimiento, la posibilidad de la conversión. Esta llega por el convencimiento de la propia responsabilidad ante el mal cometido. Pecado y arre­pentimiento son dos realidades que deben ser presentadas inseparablemente. Ante el pecado siempre existe la posibilidad del arrepentimiento. Responsa­bilidad ante el pecado cometido y conversión personal serán en adelante dos realidades inseparables.

En la segunda lectura, Pablo nos habla de la res­ponsabilidad personal basada en la asunción de los mismos sentimientos que Cristo, lo que se constituye en una medida preventiva ante la posibilidad del pecado. Tres son las actitudes que resalta el apóstol en el texto a los filipenses que leemos este domingo: vivir sin rivalidad ni ostentación; dejarse conducir por la hu­mildad, concediendo a los demás la primacía sobre el propio yo; no actuar por la búsqueda del propio interés. De lo que se trata es de sentir como Jesús siente y ­actuar como él mismo actúa. No hay mejor manera de prevenir el pecado y asumir responsablemente el llamado que Dios nos ha hecho a la vida.

En el Evangelio, la res­ponsabilidad con la propia vida se concretiza en hacer la voluntad del Padre. Esto Jesús lo expone a través de una parábola con fuerte ca­rácter interpelativo. Fijémo­nos que el verbo que siempre acompaña al sustantivo voluntad es el verbo hacer. La voluntad de Dios es para hacerla. No basta conocerla, como tal vez la conocerían los sumos sacerdotes y an­cianos del Evangelio de hoy. Se avanza aquí un paso con respecto a la segunda lectura. Si allí se trataba de dejarse mover por los mismos sentimientos de Cristo, aquí se insiste en actuar como el mismo Cristo, al­guien que siempre hace la voluntad del Padre.

La responsabilidad ante la propia vida, que sería lo mismo que decir la respon­sabilidad ante la voluntad de Dios exige más que buenas palabras. El segundo hijo de la parábola dice al padre “Voy, señor”, pero nunca fue. Todo se quedó en una buena intención. Se suele decir que de buenas intenciones está alfombrado el infierno. Al final lo que realmente tiene validez no son las intenciones por sí mismas, sino las acciones que han sido realizadas mo­tivadas por esas intencio­nes. “Obras son amores y no buenas razones”, dice el refrán castellano.

Notemos que el primer hijo da un no como respuesta. Luego se arrepiente y va. Aparece aquí, una vez más, el arrepentimiento como posibilidad de una reorien­tación de la propia vida.

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