En este 2020 nos ha tocado renovar nuestras autoridades electivas. Ya en marzo lo hicimos con las municipales y ahora en julio con las legislativas y ejecutivas. Debemos estar al tanto y conscientes que en el pasado reciente hemos vivido procesos electorales difíciles, digamos 1966, 1970. 1074, 1978, 1986, 1990 y 1994. Cada uno con su propia modalidad y relativizando y traspasando el concepto básico de la democracia original que se expresa en la frase “una persona un voto”. Se entendía que el voto, mediante el cual se elegía la autoridad, expresaba la soberanía del ciudadano. El poder político del ciudadano estaba en su capacidad para elegir la autoridad y que al votar el ciudadano delegaba, otorgaba y cedía su autoridad en la persona elegida.
Ahora, en las elecciones del 2020 volvemos a tener un proceso electoral difícil porque se debate la alternancia a una sucesión de cuatro gobiernos del Partido de la Liberación Dominicana, desde el 2004 hasta el 2020, es decir, diez y seis años. La campaña electoral se ha mostrado intensa en el uso de recursos publicitarios, en la acusación y contraacusación, en el manejo de encuestas con resultados cuestionables, acusaciones de corrupción y narcotráfico y en el transfuguismo de dirigentes y partidarios.
Una efervescencia electoral, un movimiento festivo, que algunos han llamado el “carnaval de la democracia” para camuflar, cosmetizar, así lo creemos, la inversión económica en recursos publicitarios.
El 4 de julio se acudirá a las urnas a unas elecciones, que fueron pensadas y preparadas con tiempo con recursos legales consultados y discutidos como son las leyes de partidos y elecciones, que asegurarían un evento electoral modélico. Y al otro día es de desear que tengamos suficientes insumos electorales para proclamar ganadores.
El problema, lo grave es que la política, el partidismo habrá predominado sobre la construcción de la sociedad, la ciudadanía y no tendremos la disposición, ni los recursos ni las ideas para poder articular un seguimiento a la autoridad elegida, a sus planes y al uso que den a los recursos de que dispondrán. La cultura ciudadana. Todavía priman el partido, su maquinaria y sus recursos.
La cultura ciudadana son los valores sostenidos y compartidos por los ciudadanos que proceden y generan sentido de pertenencia, coadyuvan a alcanzar los objetivos trazados o sobre todo ayudan a la sana y pacífica convivencia y fomentan los valores y bienes comunes. La cultura ciudadana es lo grande de lo chiquito. Se expresa en el sentido de vecindad, de barrio, en el respeto de la vida cercana, en el ruido y manejo de desechos, en la organización de vecinos y de padres y maestros de la escuela, en las asociaciones gremiales y empresariales, y en los mismos partidos políticos. Tomar iniciativas societales para mejorar las comisiones de vida. Ver y observar el comportamiento de la autoridad elegida. La fidelidad a sus propuestas y programas de gobierno. Supervisar el manejo de los fondos públicos. Enriquecer los proyectos presentados. Censurar los comportamientos opacos, ilegales y corruptos. Debe ser un comportamiento libre y voluntario. Y debe fomentar la libertad y la solidaridad.
Sería un gran paso que se valorara que ser buen ciudadano es superior a toda militancia partidista y a toda acción electoral. El valor de la persona en sí y de la comunidad es algo que debemos fomentar.-
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