La tercera catequesis cuaresmal versa sobre la vida. La Liturgia de la Palabra nos la ilumina con el relato de la resurrección de Lázaro que, como sabemos, es un anticipo de la resurrección de Jesús, aunque no se pueden equiparar. Pensemos la vida, por consiguiente.
Toda persona es llamada por Dios. La primera llamada que nos ha hecho es a la vida. De hecho, considero que toda llamada está referida a la vida, sea a recibir la vida o a entregarla; es más, pienso que ese es un movimiento simultáneo: la recibimos y en seguida la traspasamos. Es la dinámica del don, y la vida lo es en grado sumo.
Existir es salir para irse. La vida es una llamada a aventurarnos. Por eso, aunque hablemos de una llamada a la vida, en realidad son muchas llamadas las que se nos hacen a lo largo de nuestra existencia. O tal vez habría que decir que es una llamada que se renueva constantemente. Que se plantea de diversos modos a medida que avanzamos. En todo caso, se trata de una llamada a vivir. Una llamada a la que hay que responder viviendo.
He ahí nuestra primera vocación. Todo llamado de Dios es un llamado a vivir. Las demás llamadas son modos de “encarnar” la vida. La llamada a la vida, el don de la vida, es presupuesto de todas las demás llamadas y regalos divinos. Ese es su primer don. El primer regalo que hemos recibido de Dios es la vida. Es cierto que a veces la vida nos golpea tan duro que, como Job, hubiésemos querido que el día de nuestro nacimiento hubiera desaparecido del calendario (Job 3,3). Sin embargo, tendremos que valorarla siempre como condición de posibilidad de todas las demás llamadas.
Los llamados de la vida (de Dios en nuestra vida) aparecen día tras día. Diariamente estamos “llamados a cambiar, a crecer, a madurar, a plenificar nuestros corazones y nuestros horizontes, a salir de las estrecheces de corazón y de pensamiento, para acoger la realidad con mayor amplitud y confianza” (J. Philippe).
Existo porque he sido llamado a la vida. Antes del pienso, luego existo cartesiano o del siento, luego existo de algunas psicologías, está el soy amado y llamado, luego existo de la tradición judeocristiana. Una llamada de Dios es la que ha posibilitado nuestra existencia. Una llamada constituyente.
Si esto es así, nuestra primera respuesta debe ser la alabanza y la gratitud; lo mismo que el compromiso. Estamos comprometidos con la vida y ante la vida. La vida es fruto de una llamada de Dios que debe ser respondida. Y respondemos viviendo.
La vida, ante todo, hay que sentirla. Vivir es sentirse viviendo. Dice un verso de Rainer María Rilke: “Un gran milagro se cumple en el mundo. Pese a todo, lo siento: toda vida es vivida”. La primera de todas las certezas es que sentimos que vivimos. Dice Ortega: “Todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo”. Nos situamos, así, más allá de la biología. Se trata de sentir la vida, vivir la vida, vivenciar la vida.
Siempre habrá que distinguir el mero estar vivo del sentirse viviendo. “Sentirse vivir es, al mismo tiempo, sentirse hermano de los que viven, poder ampliar e intensificar la vida, poder hacerla vibrar, poder hacer vivir la vida, poder avivar”. Ser capaz de vida tiene que ver con la generación de vida. Solo quien es capaz de vida, la entrega. Ser capaz de vida es desvivirse. Como Jesucristo. En eso consiste el compromiso con y ante la vida. “Quien quiera salvar su vida la perderá…” Es lo que celebraremos en la Semana Santa, a cuyas puertas estamos.
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