Estamos en enero, mes privilegiado en República Dominicana. La razón es que el día 21 es la fiesta de la Madre de Dios, María de La Altagracia, advocación que protege a nuestro país bajo su divino manto.
No fue casualidad que nuestro Padre de la Patria Juan Pablo Duarte naciese también en este mes, el 26, y fuese en su vida terrenal devoto de Ella, tanto así que llevaba sobre su pecho, en su honor, una medalla con su rostro.
Es mi intención dedicar estas líneas a señalar la gran filiación de nuestro pueblo con su Madre. Mencionaré los múltiples favores que me he enterado y también ustedes se pueden enterar si van a visitar el templo que custodia su sagrada imagen en Higüey. Me refiero a la Basílica. Allí se ha construido un museo donde se han recogido muy limitadamente manifestaciones visibles de agradecimiento de tantos devotos de la Virgen de la Altagracia, desde que se dio a conocer tan bella devoción en nuestra tierra.
En este museo podrán ver como a través de lienzos de un pintor de varios siglos atrás recogía testimonios de favores realizados por Dios a través de la intercesión de la Madre. Asimismo, otra sala con abundancia de dones de innumerables fieles con cartas testimoniales de los milagros.
Es obvio que la gran mayoría de los testimonios no están registrados en esa sala, sino que están esparcidos en tantos corazones que laten de agradecimiento y amor ante una Madre tan amorosa y solidaria.
Y es que la advocación ha conquistado el corazón de los dominicanos por tantos favores concedidos, por su intercesión en nuestra historia, y la gracia que cada día otorga a quienes acuden a su maternal protección. A Ella le confiamos con renovada fe su poderosa intercesión por nuestra nación.
Los colores del sagrado lienzo son los mismos de la Bandera Nacional. Según nuestros historiadores, el día 16 de julio de 1838, lunes, día del Triunfo de la Santa Cruz y del movimiento revolucionario redentor de todos los dominicanos le fue puesto a Duarte en el pecho, por su madre Manuela Diez y Jiménez, un mullido y pintado detente, con la imagen de la Virgen María en su advocación altagraciana, trajeada aquella con los colores que iban a ser los dominicanos.
La imagen de Nuestra Señora de La Altagracia tuvo el privilegio especial de haber sido coronada dos veces; el 15 de agosto de 1922, en el pontificado de Pío Xl y por el Papa Juan Pablo II, quien durante su visita a Santo Domingo, el 25 de enero de 1979, coronó personalmente la imagen con una diadema de plata sobredorada, regalo personal suyo a la Virgen, primera evangelizadora de Las Américas.
Hoy más que nunca se hace urgente que imitemos a la Virgen María, madre de Dios y madre nuestra. Ella, quien estuvo en medio de grandes pruebas supo sobrepasarlas gracias a su fe y fidelidad.
República Dominicana, país cuya fe es fuerte y está plasmada en nuestro Escudo que reza Dios, Patria y Libertad y que ha sido fiel desde sus inicios en el respeto a la vida y a la familia, como Dios la ha concebido, está siendo fuertemente atacada para tratar de resquebrajar sus cimientos.
República Dominicana está en un año electoral. Contamos con la mejor aliada y abogada nuestra. Pidámosle que el proceso sea transparente y que ganen los mejores y todo transcurra en paz. Pidámosle a Ella, la Virgen de La Altagracia, para que interceda por nuestros destinos nacionales.
A nosotros nos basta creer, esperar y amar, y el milagro se realiza siempre.
AVE MARÍA, GRATIA PLENA.