Basados en una promesa: “Yo estaré allí con ustedes”, nos reunimos tres amigos y, en soledad y apartados de todo, apelamos a ÉL.
Nunca en mi vida olvidaré lo impresionante de aquella noche, sentados en una semi oscuridad. Solos… pero no solos. De repente percibimos claramente la Presencia.
¡Era verdad…! Él estaba allí…!
Esa noche tuvimos un encuentro indudable, inigualable y único con el mismo Señor sentado con nosotros compartiendo, escuchando, hablando con intervenciones cortas, sorprendentes, ilusionantes…
Decidimos repetir la misma reunión una vez por semana, en cada ocasión sucedía lo mismo. El Señor siempre asistió, siempre nos sorprendió con sus intervenciones, siempre sentíamos arder nuestro corazón… y siempre quedábamos locos porque pasara pronto la semana para volver a encontrarnos con Él.
Así pasaron más de treinta años.
El Evangelio de hoy presenta otro encuentro: El de un leproso agradecido y el Señor. Los otros nueve curados se fueron y no tuvieron este encuentro personal con quien estaba esperándolos. ¡Penoso!
¿Ha vivido usted este encuentro personal, íntimo? ¿Desea intentarlo?
Busque dos amigos más. Quizás de su mismo grupo de amigos regulares, que estén interesados en hacer la prueba de ver si perciben al Señor. Reúnanse solos, aislados de todo, apaguen celulares y regálenle al Señor un tiempo de silencio exclusivamente para ÉL.
Luego compartan su vida espiritual, sus dudas, sus vivencias, sus experiencias… uno a uno, en voz baja, y escúchense mutuamente con amor. Con el serio compromiso de no revelar a nadie, nunca, lo que allí se hable.
Esta pequeña reunión puede durar una hora, quizás algo más. Es un tiempo realmente de oración.
Y esperen, porque el Señor ha prometido que “Donde dos o tres se reúnan en mi nombre allí estaré yo, en medio de ellos”, Mateo 18,20
Esperen, insistan, y se producirá el encuentro.
Acerca de esto escribió Jorge Bergoglio, ahora Papa Francisco:
“Todo en nuestra vida, hoy como en tiempos de Jesús, se inicia con un encuentro.
Sólo alguien que ha sido acariciado por la ternura de la misericordia, es feliz y está a gusto con el Señor… Me atrevo a decir que el lugar privilegiado del encuentro es la caricia de la misericordia de Jesucristo en mi pecado.
Frente a este abrazo misericordioso… sentimos un verdadero deseo de corresponder, surge una nueva moral…
La moral cristiana es simplemente una respuesta. Es la respuesta sincera a una misericordia sorprendente, “injusta”… de alguien que conoce mis traiciones y me quiere lo mismo, me aprecia, me abraza, pone su esperanza en mí, y espera por mí”.
En un pequeño grupo de amigos reunidos Escuchándolo a Él, su presencia es segura.
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