El Antiguo Testamento, con frecuencia representa a Dios como si fuera un hombre. En Éxodo 32, 7-11. 13 – 14, Dios se enoja por la idolatría del pueblo. Airado, va destruir a Israel y de Moisés hará un gran pueblo. Moisés aparece compasivo, y Dios lleno de ira. ¿Será así?…
El Salmo 50 nos enseña: Dios es un Dios “de inmensa compasión”.
En el Evangelio de hoy, Lucas 15, 1-32, estalla la ternura de Dios en labios de Jesús.
Los escribas y fariseos se escandalizaban, porque Jesús les brindaba su amistad a los pecadores y compartía su mesa.
Jesús relata tres parábolas. En la última, observe la ruindad del hijo que se va: Le adelanta la muerte al padre, pidiéndole en vida la herencia, la derrocha con prostitutas, acaba cuidando puercos, y su mayor aspiración es compartir las bellotas de los puercos. El hambre y la necesidad le llevan a recapacitar. ¡Cualquier jornalero de la casa paterna vivía mejor! Prepara su discursito y se pone en camino.
El Padre lo ve de lejos. Todos los días salía a ver si su hijo volvía. Al verlo, se le conmueven las entrañas, echa a correr y se le tira al cuello para abrazarlo y besarlo. No lo deja terminar su discurso y arma un fiestón, porque su hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida.
El hermano mayor no quiere entrar. Él representa a los fariseos de todos los tiempos. Trabajaba como jornalero, pero no era un hijo, pues reniega del Padre amoroso y del hermano.
El Padre compasivo de nuevo saldrá afuera para revelarle al hermano mayor la única manera de llegar a ser hijo: ¡Tener hermanos!
El Señor nos criticará a los predicadores por haberle pintado con nuestra ira. Sí, nos criticará, mientras nos abraza.
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