Segunda parte
Mons. Jesús Castro
A nivel de la geopolítica, se acumularon acontecimientos que bien pueden valorarse algunos como positivos y otros como negativos. En un mundo convulsionado donde la violencia presentó su cara más horrenda, como es el caso de la masacre de todo un pueblo en Palestina, la continuación de la guerra entre Rusia y Ucrania, como también en África donde está el más alto porcentaje de católicos perseguidos, así como la alteración del orden en diversos países de Latinoamérica, y a pesar de todo este acontecer, nuestra Nación vivió un año con gran estabilidad política.
Esa paz política nos permitió avanzar en nuestro desarrollo económico y social, inaugurar nuevos proyectos dentro de las áreas turísticas y de zonas francas, así como mejorar la infraestructura vial de nuestro país.
Sin embargo, en los aspectos negativos del 2025 se hace necesario mencionar la revelación de actos de corrupción que conmocionaron a nuestra sociedad. Entre ellos, la infiltración del narcotráfico en la política local: las nuevas denuncias sobre el alcance del dinero sucio de las drogas para influir en la elección de nuestros legisladores, nos mueve a una profunda reflexión.
En torno al medio ambiente, el 2025 consolidó un diagnóstico duro, descontrol en la basura, problema del agua, costas y vulnerabilidad climática. Un futuro promisorio a nivel de los recursos naturales explotables en la República Dominicana, pero a la vez la incertidumbre en torno a la desconfianza histórica de la población en los proyectos mineros que afectan el Medio Ambiente.
En educación, el país continúa presentando resultados muy bajos en prueba PISA y aunque hay programas muy beneficiosos para el aprendizaje de los estudiantes, el Sistema necesita una reestructuración donde las decisiones sean motivadas por el bien de la educación y no por otras orientaciones, políticas o económicas.
Elementos que en el 2025 fueron palpables: más cohesión en la ciudadanía, mostrada en la sensibilidad pública ante la violencia intrafamiliar que ha llevado a tantas muertes de hombres y mujeres. Se ha madurado en la lucha contra la corrupción y la impunidad. Lo mejor que se puede destacar es el despertar de la población, la cual se mantiene atenta y vigilante.
El año estuvo marcado por los nuevos modelos digitales y políticos impactando fuertemente a los jóvenes y convirtiéndose en su nuevo paradigma. El desafío es que la viralidad digital premia el algoritmo que no siempre se apega a la verdad o a lo bueno, sino a lo que engancha, la confrontación y el morbo. Lo que se busca es el dinero fácil, la fama y lo viral, convertir la identidad en espectáculo, la política como show, no como un bien común, pérdida de la moral, cuando lo escandaloso se vuelve norma.
Ante todo, se necesita un proceso de alfabetización digital que involucre la escuela, las parroquias e iglesias y las familias, juntas de vecinos y grupos sociales. Como también, la atención en el uso de Inteligencia Artificial (IA), para ser más eficientes en las instituciones públicas y privadas.
Para el 2026 se espera más oportunidades para la juventud, más programas de salud mental, fortalecimiento de los valores: tanto en las familias como en las escuelas. Aunque se ha avanzado en la eliminación de la pobreza, falta mucho por recorrer para eliminar el abismo existente entre la pobreza y la riqueza. Así, las diferencias sociales serán mínimas y los pobres y vulnerables seguirán creciendo en la dignidad y promoción humana.
En cuanto a la religión, han proliferado los distintos grupos de lineamiento cristiano y penetrando de una forma sutil religiones que se distancian de nuestra cultura e identidad como pueblo. Por tal razón, le hago un llamado a los organismos de inteligencia para que pongan atención a estas realidades, no sólamente con los foráneos, sino también con los locales para evitar muchos problemas de futuro.
Por otro lado, la Iglesia Católica ha mostrado un rostro más esperanzador, creando una nueva demarcación, la Diócesis Stella Maris con Monseñor Manuel Antonio Ruiz De La Rosa, y la figura canónica de un arzobispo coadjutor en la persona de Monseñor Tomás Morel Diplán en la Arquidiócesis de Santo Domingo, esto va mostrando un aspecto más prometedor con nuevos prelados con signos comprometidos al profetismo que nunca deben faltar en la comunidad eclesial. La Iglesia se convierte en un actor importante en la defensa de la dominicanidad, la dignidad humana, los pobres, los marginados, la cultura, la promoción de los campesinos y el bien común.



