La presencia de Dios en lo cotidiano del hospital

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Dios no está lejos. Se hace presente en cada gesto de cuidado, en cada sala, en cada susurro de esperanza. El hospital, con su carga de sufrimiento y fragilidad humana, es también un lugar donde Dios pasa, se queda y abraza. 

En medio del dolor, la incertidumbre y la espera, su presencia se revela de forma silenciosa pero profunda: en una mano que sostiene otra, en una mirada compasiva, en el esfuerzo incansable del personal de salud. Allí donde parece haber sólo rutina o desesperanza, brota la luz de lo divino.“Yo estoy con ustedes todos los días.” – Mateo 28:20

Esta promesa de Jesús cobra un sentido especial en los pasillos del hospital. No importa cuán

oscura parezca la noche del alma; Él permanece, aún cuando no lo sentimos. La experiencia

hospitalaria, con su intensidad emocional y su vulnerabilidad, nos recuerda que Dios camina

con nosotros incluso en las circunstancias más humanas y frágiles. Su compañía no siempre se

manifiesta con milagros visibles, sino con consuelos cotidianos: una palabra amable, una

oración compartida, un pequeño gesto de bondad.

Al mirar atrás, comprendo que cada jornada vivida en ese entorno fue una escuela de fe.

Aprendí a reconocer a Dios en lo pequeño, en lo escondido, en lo aparentemente común. Mi

corazón se ensanchó al ver que, incluso en el dolor, la esperanza florece cuando Dios está

presente.

Oración final:

Señor, enséñame a verte en lo cotidiano, en lo simple, en lo roto. Que nunca me falte la fe

para descubrirte en medio del sufrimiento y la esperanza para compartir tu luz con quienes

atraviesan la noche. Amén.