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Desde los tejados
La mayoría de los que participan en los conflictos de partidos, entre los grandes intereses
económicos, regionales, turísticos y empresariales se profesan cristianos.
¿Qué sería, si en vez de intercambiar epítetos tales como “hijos de procedencia irregular”,
emprendiéramos resueltamente el camino de ser hijos del Altísimo como leemos hoy en Lucas
6, 27 – 38?
Jesús y la primera generación cristiana experimentaron en carne propia el odio criminal de
sus enemigos. Jesús les exhortó a amar a los enemigos, amar a los que les odian, bendecir a
los que les maldicen, orar por los que les insultan. Todo esto lo resumía en una heroica actitud:
si te golpean en una mejilla pon la otra. Es decir, responde como hijo del Altísimo.
La gran motivación de esta exigente actitud es llegar a ser hijos del Altísimo que es bueno
con malvados y desagradecidos.
En nombre de la fe que profesamos, o si fuere el caso, en nombre de nobles ideales
humanos, ¿no pudiéramos llegar a acuerdos mínimos los buenos y los malvados para trabajar
juntos en algún proyecto concreto que traiga bienestar sustentable a la familia dominicana?
¿Qué sería de la República Dominicana si apoyándose en el saber y los recursos de sectores
decisivos, así fuesen enemigos, se desarrollasen propuestas “pícaras” y nobles que hicieran
sumamente atractivo el ahorro familiar? Imagine una Quisqueya donde cualquier familia
pudiese comprar con sus ahorros una vivienda digna en localidades, con todos los servicios
elementales, incluyendo salud, agua, electricidad, transporte, educación, actividades culturales,
religiosas y recreativas a pagar en 20 años.
¿No existe nada que podamos hacer juntos en bien de todos? Los países no se construyen
con migajas de las altas autoridades, sino con el trabajo, la negociación, el ahorro, la justicia
(querrán robarse los chelitos) y la astucia de los hijos del Altísimo.
Para el pie de ilustración
Para ser hijos del Altísimo