Llegó la hora de iluminar la familia con la luz del Evangelio Hay ideologías que atentan contra ella

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La Comisión Nacional de Pas­toral Familiar, dependencia de la Confe­rencia del Episcopado Do­minicano, tiene como objetivo acompañar a los matrimonios católicos en su misión como familia cristiana, defender su identidad, cultivar y promover los va­lores fundamentales de la vida, la fe, las relaciones interpersonales y el amor, que es la fuerza que une, forta­lece y consolida la vida matrimonial y la familiar.

 

Aprovechamos estos días de la Semana Mayor, para enviar a todos los grupos y movimientos comprome­tidos con la promoción y la de­fensa de la familia, un saludo calu­roso y nuestra gratitud por lo que están ha­ciendo en favor y para el bien de la familia.

Mirando la realidad de nuestra so­ciedad donde se mueven ideolo­gías e intereses de pequeños círculos socia­les que atentan contra la fe y el bie­nestar de la familia cristiana, en­contramos:

  • Una constante insistencia por la legalización del aborto, hasta con presión sobre el Senado para la aprobación del aborto en el ámbito de las tres causales ya sancionadas por la Constitución Dominicana.
  • El reclamo de un programa de educa­ción sexual en las escuelas, abriendo una batalla campal como si la Iglesia estuviera en contra de una sana educación sexual como parte de la formación humana.
  • El boom de las má­quinas de condones que envenena la mente de los adolescentes y desvía el enfoque de una sana relación sexual.
  • El énfasis sobre el matrimonio homosexual y el nuevo concepto de familia a partir de los hijos por adopción que desvirtúan la finalidad de Dios al crear la familia humana.

Esta campaña abierta a través de los medios de comunicación y las re­des sociales en forma de un bombar­deo constante y expansivo, va contra el espíritu de la cultura cristiana y los valores fundamentales que sostienen a la familia humana. Cuánto bien se hace a las familias y a la comunidad humana cuando se promueven valo­res y actitudes acor­des con la fe, la bondad, el servicio desinteresado, la misericordia y el perdón, movido por el amor y la caridad.

Nos preguntamos con sinceridad y de cara a la verdad: ¿Por qué en un pueblo de profundo sentimiento religioso y abande­rado de la fe ocurren tantos actos contrarios a la fe, a la moral y a las costumbres de nuestra gente?

Los crímenes, los feminicidios, los asaltos a mano armada y miles de familias enlutadas, ya son parte del diario acontecer.

  • Violaciones de toda índole, estafa, robos, corrupción ad­minis­trativa, desconsideración y abandono de los más pobres y débi­les, a pesar de los esfuerzos del Go­bierno por erradicar la pobreza.
  • Una justicia viciada y aparentemente am­parada en la ley del más fuerte y el padrinazgo que se han convertido en el pan de cada día, dando paso a un clima de descon­fianza en la justicia y en las instituciones que tienen la po­testad y la responsabilidad de cuidar, velar y salvaguardar los derechos y los va­lores de la sociedad y de la fa­milia, con el consecuente aumento de la violencia, la impunidad y la insegu­ridad, como el torrente de un río caudaloso que arrasa con todo lo que en­cuentra a su paso. Esta situación de dolor y de confu­sión parte el alma de los hijos de Dios y nos exige llevarla a la ora­ción de intercesión, para que la Pa­sión de Cristo transforme este cua­dro de dolor y desesperanza en gloria.

Frente a este panorama de males que hiere la moral, mata la ilusión y el entusiasmo de nuestra gente, estamos llamados a volver al corazón, es decir, a la fe, la caridad, la verdad, a la ho­nestidad, a la ecuanimidad, a una vida coherente y transparente, desde los sentimientos de Jesús que nos ama con un corazón humano y divino, para que cada persona, cada familia y la comunidad cristiana en Jesús tenga Vida.

 

Ha llegado la hora de retomar ­nuestro compromiso común de iluminar a la familia con la luz del Evangelio, por la senda de una vida nueva, siguiendo el camino de Jesús, trazado en los mandamientos de la ley de Dios y en las bienaventuranzas, que son GPS de la vida cristiana.

Jesucristo, enviado por el Padre, vino a instaurar el reino de Dios, rei­no de amor, de justicia, de solidaridad, de verdad y de paz y comprome­tió su vida hasta el extremo de derramar su sangre en la cruz para salvar­nos. Y la pregunta para noso­tros ha de ser: ¿qué estamos haciendo por el que dio su vida por no­sotros?

El cristiano, en razón de su bau­tismo, ha asumido el compromiso de trabajar sin descanso hasta que Cristo sea todo en todos. Él nos ha dado el ejemplo y nos trazó el camino para llegar a Él. Nos toca a nosotros contribuir para edificar su reino, median­te el amor, la justicia, la verdad y la paz.

Para lograr esta meta, hemos de comenzar por el trabajo de formar la familia en los va­lores humanos y cristianos.

Reflexionando sobre la situación de la familia y el rumbo que ha tomado nuestra sociedad, sentimos que no podemos dormirnos en los lau­reles.

Es la hora de tomar postura frente a este panorama nacional, para aportar cada uno, desde el rol que le ha tocado desempeñar en la sociedad, su granito de arena para construir una comunidad más humana, solidaria, fraterna, basada en la igualdad, la justicia, el derecho y la paz, con la segu­ridad de que Cristo nos precede y el Espíritu del Resucitado nos inspira y nos guía en esta ges­tión por una nue­va sociedad, anti­cipo de los cielos nuevos y la tierra nueva anunciados por el profeta Isaías (65, 17; 66, 22) y corroborados por el libro del Apoca­lipsis (21, 1), donde reine el amor, la justicia y la paz, fermento y base de fraternidad y solidaridad humana.

 

La Pastoral Familiar, preocupada por el aquí y ahora de la familia cristiana y en virtud de su responsabilidad como Comisión Nacional, invita a todos los que ya están comprometidos en esta labor de fortalecimiento de la vida familiar, y a las personas de buena voluntad, a trabajar sin tregua y con fe firme, para encauzar nuestros esfuerzos por la vía de la evangeliza­ción de la familia, construyendo así la fraternidad, el amor y el entendimiento entre todos, como base y garantía del futuro de la familia humana en un clima de amor, unidad, comprensión, y de bienestar familiar y social.

Que estos pensamientos sean parte de nuestra oración en el Triduo Pas­cual, despierten nuestra sensibi­lidad espiritual y nos ayuden a vivir esta Se­mana Santa, unidos a la Pa­sión y Muerte de Jesús, para que participando de sus sentimientos lleguemos con Él a la gloria de su Resurrección. Gracias a todos por su servicio a la Pastoral Familiar.

Con afecto cordial, les saluda y bendice,

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