Hermanos: Siempre que rezo por todos vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy. Ésta es mi convicción: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús. Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os echo de menos, en Cristo Jesús. Y esta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios. (Filipenses 1, 4-6; 8-11)

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Un texto en sintonía con el de la semana anterior. Dos veces hace mención del día de la venida de Cristo. Se refiere al adviento del futuro, llamado también escatológico. Mientras llega ese día, el apóstol invita a los filipenses, lo mismo que a nosotros, a no detener nuestro crecimiento: “que su amor siga creciendo más y más y se traduzca en un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual”. En tres aspectos, por consiguiente, nos invita el apóstol Pablo a crecer durante este tiempo de adviento: en el amor, en conocimiento y en sensibilidad espiritual. Llevemos nuestra reflexión por ese camino.

En primer lugar, “el día de la venida de Cristo”. Se trata de la interpretación cristiana de la expresión profética “el día del Señor”. Los profetas anunciaron “aquel día” en que Dios llegará a auxiliar al pueblo colmando sus esperanzas. Ese deseo de plenitud los primeros cristianos lo referirán a la segunda venida de Cristo. Es lo que hemos llamado adviento del futuro o escatológico. La literatura neotestamentaria utiliza un término técnico para referirse a ese acontecimiento: “Parusía”. Muchos cristianos de la primera hora pensaban que esta segunda venida de Cristo ocurriría muy pronto. Mientras que los profetas con la expresión “día del Señor” enfatizaban el juicio de Yahvé, Pablo suele hablar de ese día como día de salvación y de glorificación de Cristo y los suyos.

Mientras llega ese día, el apóstol nos invita a no detener nuestro crecimiento en los tres aspectos señalados más arriba: amor, conocimiento y sensibilidad espiritual. La llamada a crecer es común a todos los seres humanos, para nosotros, creyentes en Cristo, debe ser nuestra primera vocación cristiana. Decimos sí a Dios dando un sí a la vida, hasta que esta alcance su plenitud. El horizonte hacia el que avanzamos en ese camino es “el día de la venida de Cristo”.

Decidirse a crecer conlleva sus riesgos, ya que se trata de una elección. Esto es, hacerse libre de todo lo que pueda ser impedimento. Aquí también podemos hablar de conversión, que es la invitación que Juan el Bautista hace en este segundo domingo de Adviento. 

Cuando Pablo nos invita a seguir creciendo en el amor, nos hace caer en la cuenta de que no se crece solo; se crece en relación con otros. Es la experiencia que el propio apóstol ha tenido con los filipenses. El afecto que Pablo siente por ellos se verifica en que los lleva presentes en la memoria y en la oración. “Me acuerdo de ustedes” (v.3); “ruego por ustedes” (v.4); “los llevo en el corazón” (v.7), son expresiones con una carga afectiva incuestionable. Además de amor por los otros, aquí podemos hablar de sensibilidad espiritual puesto que esa relación con los otros tiene en cuenta a Dios: “cada vez que me acuerdo de ustedes, le doy gracias a mi Dios”.

Y como el crecimiento se da en una historia concreta, no puede faltar el conocimiento de la historia personal. El pasado que ha configurado mi presente y el futuro que lo jalona. El pasado se vive desde la memoria agradecida, el presente desde la acogida confiada y el porvenir desde la esperanza de que el camino llegará a su plenitud. El crecimiento personal comienza por la memoria. Se vive desde el conocimiento de lo real que me habita, rodea y configura. Y encuentra su impulso en la promesa que siempre conlleva riesgo y exige apertura. Otra vez la sensibilidad espiritual está haciéndose presente en el hombre creyente.

Notemos, además, el lenguaje tan afectivo con que Pablo se dirige a esta comunidad que tantas alegrías le dio. Resalta la relación de amor y servicio que existe entre ambos, sentimientos que cobran mayor fuerza si tenemos en cuenta el contexto en que Pablo escribe esta carta: está en la cárcel.