Pedro Domínguez
Con el paso del tiempo aumentan los originales siete pecados capitales. El papa Francisco acaba de agregar uno muy importante: el “pecado de la desinformación”. En esta época donde una noticia incorrecta o manipulada puede determinar el presente y el futuro de una nación y hasta del mundo, el desinformar puede ser tan o más peligroso que la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza.
En la pasada 80 Asamblea Anual de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), con la presencia de directivos, editores y responsables de medios de la región, Su Santidad pidió que “lucharan contra el pecado de la desinformación”, destacando, además, que los medios de comunicación deben ayudar a la paz, a una convivencia digna, a una solidaridad de las naciones y al cuidado de los más débiles.
A los participantes les pidió responder con firmeza a cualquier discurso de odio, al tiempo de llamarlos a promover el diálogo social, combatir la desinformación y que sean veraces, que sean libres, que no tengan por conveniencia decir lo que no piensan y que sepan que tienen en sus manos una misión muy hermosa, una misión exigente.
Esto demuestra una vez más la responsabilidad y la visión del papa Francisco, quien, sin dudas, ha enriquecido la Enseñanza Social de la Iglesia, siendo su voz la más respetada en todos los continentes, pues su mensaje traspasa credos, ideologías, color de piel o condición económica de los pueblos.
Con relación al “pecado de la desinformación” pienso que una frase indebida, un acontecimiento deformado o una fuente interesada pueden tergiversar la realidad y corresponde al que la hará pública, primero conocerla (lo que no es sencillo) y luego exponerla con discernimiento, evitando falsear, omitir o colocar de más.
Evitemos a los comunicadores que borraron de su vocabulario palabras como justicia, igualdad, fraternidad, libertad, honestidad, valor y trabajo. Incluso, los hay tan huidizos que prefieren no enterarse de lo cierto, porque eso los atormenta, obstaculizando los bombeos de sus corazones y marchitándolos emocionalmente.
¡Ay! Me apenan los comunicadores que carecen de vida, de pasión, de ego sano; esos que se van por las ramas, que aman lo superficial, que se ciegan ante el dolor ajeno; esos que se adaptan a lo que les permite estar en el juego, aunque todo esto convierta su honor en una piñata, donde hasta los niños le entran a palos. El comunicador tibio da lástima.
Las sabias reflexiones del papa Francisco en la SIP deberían estar tatuadas en las conciencias de los que, de alguna manera, tenemos el compromiso de comunicar, donde la verdad, al menos la nuestra, debe ser nuestra digna consigna.