Una bella imagen del Dios tallador 

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“Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor -oráculo del Señor-. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días -oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: “Reconoce al Señor.” Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande -oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.” (Jeremías 31, 31-34)

Un texto supremamente hermoso. El más célebre del libro del profeta Jeremías, su cumbre espiritual, y el más ampliamente citado en el Nuevo Testamento. Viene a corroborar el deseo salvífico de Dios. Pertenece a un bloque del libro del profeta Jeremías que ha venido a llamarse “El libro de la consolación”. Todo él gira en torno a una expresión novedosa, única en todo el Antiguo Testamento: “alianza nueva”. A ella aludirá Jesús cuando levante la copa en la Última Cena y diga que esa es “la alianza nueva y eterna”. El mismo Nuevo Testamento es designado a veces como nueva alianza.

La novedad no está ni en los destinatarios ni en el contenido de la misma, sino en la manera como será plasmada: ya no en piedras, como la antigua  contenida en el decálogo, sino que será inscrita en el corazón de las personas. En la imagen del corazón se recoge toda la interioridad de la persona: voluntad, pensamiento, sentimiento, conciencia… Dios desea un pacto donde se comprometa el corazón, todo el ser de la persona. Las marcas de la alianza ya no quedarán impresas en una fría piedra, sino en el cálido corazón del ser humano. Bella imagen del Dios escultor o tallador que se mete en el corazón humano para dejar impresa allí su huella. Nueva y generosa oferta por parte de Dios.

Si la historia de la antigua alianza puede ser leída como una historia de fracaso, debido a las innumerables veces que el pueblo la quebrantó, ésta, la nueva alianza, no podrá ser quebrantada porque será una entrega “de corazón”. La alianza antigua era un asunto que no comprometía tanto porque estaba plasmada en el exterior de la persona, en piedras; la de ahora, al estar inscrita en el interior, en el corazón, es una apropiación del amor de Dios. Cuando el ser humano entrega su corazón se mantiene fiel hasta el final. Cuando la voluntad del hombre coincide con la voluntad de Dios queda excluida cualquier transgresión. El conocimiento directo y personal de Dios teje lazos más fuertes que los mandamientos propuestos desde fuera. El amor es más fuerte que la ley. La ley no es más que la institucionalización del amor. Si no hay amor la institución no se sostiene por sí sola.

Resulta interesante que esta propuesta de interiorización de la ley de Dios se dé en un contexto histórico en que las instituciones religiosas están en decadencia. La ciudad de Jerusalén había caído o estaba a punto de caer y el templo estaba expuesto a la destrucción. La quiebra de las mediaciones externas lleva a que se descubran otras posibilidades para la relación con Dios, siendo la interioridad, la relación personal con la fidelidad de Dios lo que mantiene en pie al creyente. La convicción personal por propia experiencia es lo que queda cuando las instituciones religiosas se ven amenazadas o quebrantadas. Los apoyos externos siempre serán valiosos, pero a veces se desmoronan perdiendo su eficacia para facilitar el encuentro con Dios. Hay momentos en que una sólida experiencia de Dios es lo único que mantiene la fe del creyente cuando las instituciones pierden su fuerza. La experiencia de encuentro va más allá que los lugares de encuentro. Sin quitar la importancia que estos últimos puedan tener en determinado momento.

Pero hay algo más. La posibilidad de que el corazón humano se mantenga fiel a la nueva alianza exige que sea un corazón nuevo, renovado desde sus entrañas. “No se echa vino nuevo en odres viejos”, dirá Jesús en alguna parte del evangelio.