El que ofende se denigra a sí mismo

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Sé de los fanatismos en el ámbito político. Por ello soy cauto cuando escribo al respecto, sin dejar de defender mis posturas con responsabilidad. Hace días publiqué en las redes lo que entendía era la solución a la crisis de Venezuela.

Expresé que era necesario levantarle las sancio­nes, olvidar aquello del “presidente interino”, re­cibir ayuda humanitaria por medio de la Cruz Roja, evitar la injerencia extranjera, convocar a elecciones pre­sidenciales en un plazo de 30 días sin la presencia de Nicolás Maduro (aunque sí del “chavismo”) y que esas elecciones fueran libres y transparentes, supervisadas por la Organización de Naciones Uni­das, la Santa Sede, México y Uruguay, con el compromiso de que las partes envueltas respetaran los resultados.

De inmediato recibí duras críticas de unos y otros, atacando en términos poco amables a los personajes involucrados en el conflicto y a un servidor. Algunos hasta gozaban insultando o les resultaba gracioso.

Recuerdo una experiencia que me marcó. Hace muchos años estaba en una fiesta. En mi mesa había seis invitados. Solo conocía a José. Entonces, diri­giéndome al entorno, se me ocurrió la torpe idea de burlarme de la orquesta. Y decía que el sonido era pésimo, que parecían principiantes.

De inmediato José me miró con cara de ­“¡cállate!”. Intuí que había “metido la pata”, por lo que, tratando de arreglar el asunto, la emprendí contra los cantantes afirmando que los músicos eran ex­celentes, pero que las voces de la pareja del frente se asemejaban a berridos, que no sabían usar el micrófono.

¡Oh, Dios! ¿Cómo yo iba a saber que estaba sentado al lado de los padres y hermanos de los dos vocalistas? Me alejé cabizbajo y desde ahí me pro­metí que sería más cuidadoso al manifestarme.

El que agrede verbalmente se denigra a sí mis­mo. Es una muestra de inmadurez. El que habla mal de todos es infeliz.

¡Cuántas veces perdemos una excelente oportunidad para avanzar en la vida por ser unos deslenguados! ¡Qué diferente fuera si hubiéramos cerrado nuestra boca cuando se nos pidió opinar sobre alguien!

Como hijos de Dios, hay que perdonar a quienes nos ofenden, pero eso no implica que debamos aplaudir esa conducta. Es más, alejémonos rápido de aquellos que cada vez que se expresan lo hacen para manchar la imagen de los demás. Y aquí entre nosotros, esos individuos también azaran. Y reitero lo que considero lo mejor para Venezuela.

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