Se supone que “todos deben defender primero su vida y luego sus derechos”, dice uno de los héroes de la famosa novela del escritor sueco Wilhelm Moberg, titulada Camina esta Noche. Pero, lamentablemente hay miles de casos de eutanasia, incluso involuntaria. Los partidarios de la eutanasia apuntan a Holanda, donde ya desde hace 20 años la eutanasia es regulada, responsable, humana y benévola. Mientras, los opositores señalan a Holanda donde la eutanasia se salió de control y, a menudo, sin el consentimiento y el conocimiento del paciente lo practican.
Los ancianos, los enfermos gravemente, los discapacitados tiemblan por su vida y tienen miedo de sus seres queridos, de su familia y desean huir de su país, pues los matan con el poder de la ley. No debemos olvidar que el mandamiento de Dios “No matarás” es sagrado e inviolable. Los que favorecen la eutanasia son enemigos de Dios y de la gente. El Papa Juan Pablo II en Tercio Millenio Adveniente enseña sobre la necesidad de oponerse fuertemente a tal mundo. Y lo llama: “crisis de civilización”, a la que debe responderse con una “civilización del amor”, basada en su plena realización en Jesucristo.
Cristo aceptó voluntariamente el sufrimiento y no tomó una bebida embriagante que pudiera disminuir ese sufrimiento, porque como Dios, eligió lo más precioso de la tierra y eso es un misterio. Desde el punto de vista de Dios, no existe la menor razón para reducir el sufrimiento acortando la vida. Por otro lado, por amor al prójimo, tenemos el deber de hacer todo lo posible para aliviar el sufrimiento. Los esfuerzos de la medicina deben ir en esta dirección para ayudar a las personas a soportar u aliviar el sufrimiento, pero no a costa de la vida. Dios es el Señor tanto de la vida como de la muerte. El hombre no puede decidir sobre su propia vida.
Jesús después de la cena, durante la cual instituyó la Eucaristía, va a orar al Monte de los Olivos, y allí sufre angustia. Entonces, en el momento en que los poderes de las tinieblas parecen triunfar sobre Jesús, Dios envía un ángel para fortalecerlo y consolarlo. La aparición de un ángel del cielo lo fortalece, aunque no quita sus sufrimientos ni cambia su misión. Jesús aparece aquí como modelo de hombre justo a quien Dios pone a prueba espiritualmente, pero al mismo tiempo lo fortalece espiritualmente. Gracias a este fortalecimiento, asumirá con confianza y serenidad el suplicio de la cruz.
En el Monte de los Olivos, el Padre le aseguró que siempre estaba con él, especialmente en los momentos de mayor sufrimiento. Seguro del amor especial del Padre y de su presencia, Jesús, al morir en la cruz, pronuncia palabras de oración llenas de confianza: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”(Lc 23,46). Ángel de la guarda trata mi alma como tu propiedad, cuando deje el cuerpo, dásela en las manos del Creador. Amén.