Pbro. Isaac García de la Cruz
Si podemos hablar de un ser que se multiplica, esa es la mujer: madre, esposa, hermana, hija, abuela, vecina, amiga y la lista se extiende al infinito, sin embargo, la complejidad del mundo actual, por derecho, por reivindicaciones conquistadas por ella misma y por un deber que le corresponde en forma natural, se encuentra también con la realidad de que es gerente, administradora, contable, asistente, secretaria, doctora, enfermera, religiosa, ingeniera, economista, arquitecta, maestra y todas las demás tareas que debe combinar perfectamente con el rol de ama de casa. Ningún otro ser podría mantener el equilibrio y tener tiempo para sonreír y amar.
A todo esto, se agrega, más que en ningún otro tiempo, la tendencia a posponer su maternidad a causa de la necesaria autonomía económica, los nuevos roles que le desafían y las altas responsabilidades asumidas. Necesariamente para ella, se hace urgente una asistencia pastoral de parte de la Iglesia que le ayude a armonizar sus múltiples cualidades y funciones, a quien la Iglesia misma le confía cada vez más protagonismo al interno de su estructura y de sus ministerios, sin importar la realidad social y cultural, sin ningún menoscabo y a sabiendas de que ella es el pilar de la familia que, a su vez, es la célula de la sociedad. Cuidarla y protegerla, es procurar una sociedad saludable y bien orientada.
Sobre la triada que nos ocupa, la subsecretaria del Dicasterio para los laicos, la familia y la vida, Gabriella Gambino, hablando recientemente en la Pontificia Universidad Gregoriana, proponía dos consideraciones: “La primera es que la mujer, atrapada entre la familia y el trabajo, en cualquier contexto social, debe ser reconocida como mujer y madre. La maternidad es un don… en los países occidentales se ha convertido en una elección valiente. Frecuentemente más como una elección descartada, refutada o abandonada con resignación. Me parece [continuaba Gambino] que de este aspecto se habla poco, tal vez por el temor de hacer vanas las conquistas de la emancipación femenina. Debemos trabajar para cambiar la cultura de la maternidad y tener en cuenta este aspecto en los sistemas económicos… La segunda reflexión es que hoy, dada la extrema fragilidad de la familia, para apoyar a la mujer no basta con apostar por la familia en general, hay que apostar por relaciones estables, por relaciones más sanas entre hombres y mujeres. Es por esto que se necesita recomenzar a actuar en el plano legislativo, cultural y pastoral. Actuar por la estabilidad de las relaciones… Es la ‘cultura de la pareja’ la que debe cambiar… En ello se juega el papel de la Iglesia respecto al futuro de nuestra sociedad: hacer comprender a las personas el significado del matrimonio, la importancia de construir un futuro sólido y estable. En la estabilidad y no en la incertidumbre se incuba la posibilidad de abrirse a la vida, de tener hijos, de dar a las mujeres la posibilidad de trabajar. Compartir, incluso más que armonizar, debe ser la clave en la relación hombre-mujer”.
Estas sabias palabras contienen claves importantes para tomar acciones concretas de cara a la Pastoral Familiar, a una sabia armonía entre la mujer, la familia y el trabajo, para seguir descubriendo el verdadero rol de la mujer en el mundo y, sobre todo, para pacificar las frecuentes acciones violentas del hombre contra la mujer y erradicar todo tentativo de instrumentalización como medio de explotación sexual y económico e incluso la tentación de reducirla a un producto de mercado o a una esclava doméstica.