Cenando con pecadores

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Manuel Maza, S.J.

En tiempos de Jesús, veinte familias y sus casas apiñadas formaban una comunidad humana religadas por decenas de lazos humanos: matrimonios, trabajos y cosechas recogidas en común.

El mundo y la escena nacional nos ofrecen un escenario de divisiones aparentemente irremediables.  Cada día la humanidad encuentra nuevos motivos económicos, religiosos, políticos, ideológicos, raciales y culturales para excluir y descalificar a los otros.

Tal y como sucede en nuestro patio, entre los judíos no había profesión más odiosa que ser cobrador de impuestos. Ese odio era mayor, porque los publicanos, recaudaban impuestos para Roma, potencia invasora y asesina.

Jesús llamó a Mateo, el cobrador de impuestos, y le dijo: “sígueme” para que formara parte del proyecto de Jesús.  Luego fue y cenó con él, junto a otros publicanos y pecadores. No los descalificó, convirtiendo su profesión en una barrera infranqueable. Les ofreció su amistad sincera, celebrada en una cena.

   Los religiosos y observantes fariseos preguntaron escandalizados: “¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?”

   Jesús respondió: “No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Vayan y aprendan lo que significa, <misericordia quiero y no sacrificios>; que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.”

La gente religiosa hace de los sacrificios y la etiqueta religiosa el agrado de Dios. Citando al profeta Oseas 6, 3 – 6, Jesús pone el agrado de Dios en la misericordia, es decir, la compasión radical e inclusiva. Necesitamos esfuerzos nacionales tan válidos que todo el mundo los aprecie y se quiera apuntar en ellos sin importar banderías políticas, ni figurones.

    Rechacemos las descalificaciones y satanizaciones de los adversarios. Ni nuestro país ni el mundo avanzarán por la ruta de la exclusión, sino convocando a todas las manos para proyectos de bien común y aprendiendo a cenar entre publicanos y pecadores.