Pbro. Isaac García de la Cruz

Para nadie es un secreto que el cristianismo nació en medio de persecución y muerte. No ha habido un segundo en estos más de 20 siglos de historia, en el cual la Iglesia haya estado libre de ataque; de aquí que, en los primeros siglos se acuñara la frase: “Sangre de mártires, semilla de cristianos” y en el siglo XXI no es la excepción.

El cristianismo ahora, más que antes, está siendo considerado un extranjero. Se le quiere sacar de todos los lugares. Al parecer, molesta. San Juan Pablo II, hablando de Asia, lo llegó a decir de este modo: La “interrelación con las culturas siempre ha formado parte de la peregrinación de la Iglesia en la historia, pero tiene una urgencia especial hoy, en la situación multiétnica, multirreligiosa y multicultural de Asia, donde el cristianismo muy a menudo es visto como extranjero” (Ecclesia in Asia, 21). Hoy, sin lugar a dudas, se percibe la misma realidad en todo el mundo.

América Latina, el llamado Continente de Esperanza, con un sustrato eminentemente católico y mariano, se ha ido convirtiendo rápidamente en un espacio para la persecución religiosa, explícita, velada o vestida de camuflaje, en países que antes eran muy católicos.

De una u otra manera, este fenómeno ya aterrizó en República Dominicana, en la misma proporción que ha sucedido a nivel internacional y, da la impresión que no es tan espontáneo ni inocente: lo cierto es que ha dejado boquiabierto a más de uno, cuando en un nuevo intento por hacer sonar las huestes babilónicas contra la Iglesia, aparece el Informe Internacional sobre la Libertad Religiosa en la República Dominicana 2022, del Departamento de Estado de los Estados Unidos, sobre los “privilegios especiales” que disfruta la Iglesia Católica desde el Estado Dominicano, en perjuicio de las demás iglesias, la presunta acelerada disminución estadística de la Iglesia Católica en República Dominicana y la advertencia acerca de los grandes beneficios económicos que ésta recibe del Estado, con la supuesta doble consecuencia directa: los grupos religiosos no católicos van en desventaja y la pérdida de ingreso para el Estado, por las altas exenciones que otorga. Bastaría que se midiera el aporte que hace la Iglesia Católica desde los hospitales, las cárceles, lo Centros Educativos, las universidades, Caritas y Pastoral Social, el aporte a la paz social, la presencia en los barrios, los jóvenes y líderes formados en sus centros, para aterrizar este informe.

Independientemente del cambio de comprensión de todas las realidades que va provocando el Posthumanismo, que firmemente avanza sobre la concepción del mundo, de los cambios de paradigmas y la falta de una orientación y definición firme sobre el presente y el futuro, debemos considerar como desafortunada, desacertada, manipuladora, provocadora e inciertas las citadas declaraciones. 

En República Dominicana cada vez se ven más cercanas las vocerías y defensas la Iglesia Católica y las iglesias evangélicas, sobre temas que tienen que ver con situaciones que afectan la cultura, la fe, la economía, la convivencia, la política, los más vulnerables, los derechos constitucionales, el aporte que hacen todas las iglesias a la sociedad y el espacio muy natural que todos tenemos ante la sociedad, por la credibilidad, la inserción e identificación de los sectores religiosos con las realidades propias de los dominicanos y, es evidente, que la organización milenaria de la Iglesia Católica, presente en la isla, incluso antes de la creación del Estado Dominicano, debe mostrar su organización, control y transparencia y, por la cual, los Estados han confiado y confían en ella, igual que en las iglesias evangélicas debidamente incorporadas y acreditadas.

Querer ahora victimizar a unos y exaltar a otros, resaltando diferencias, es un acto de poca sinceridad y tacto, tal vez porque se está apostando, en este otro aspecto, a la “desconstrucción cultural”, de un país que va exactamente en una dirección contraria, a raíz de las armónicas relaciones que están auspiciando los líderes religiosos católicos, evangélicos y de otros grupos religiosos en el territorio nacional. ¡Evitemos confusiones innecesarias!