Una conducta diferente

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Este domingo el evangelista Lucas nos presenta una serie de enseñanzas pronunciadas por Jesús. ¡Cuánto bien nos hace no solo meditarlas, sino también hacer el esfuerzo de vivirlas! La más impactante de todas es la que invita a amar y hacer el bien a los enemigos; lo mismo que bendecir y orar por los adversarios: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que les maldicen, oren por los que les calumnian”. ¿Por qué una enseñanza como esta que raya en lo absurdo?

En primer lugar, porque de esa manera se hace creíble lo dicho en la cuarta bienaventuranza que nos presenta el evangelista Lucas, y que leíamos la semana pasada: “Bienaventu­rados ustedes cuando les odien los hombres, y les excluyan, y les insulten y proscriban su nombre como infame…”.

Una segunda razón es que la vida cristiana exige acabar con toda espiral de violencia. Si respondemos al que nos hace mal de la misma manera nunca se acabará la maldad. Final­mente, otra razón para actuar de esta forma es que al ser humano no le conviene convertirse en archivador de re­sentimientos. Eso lo dismi­nuye hasta deshumanizarlo. Jesús pone como medida del comportamiento de sus segui­dores la forma de actuar del mismo Dios: “Sean misericordiosos como su Padre es mi­sericordioso”. La medida es Dios; no una realidad que esté por debajo de lo humano.

Esta última sentencia del Maestro de Nazaret hace eco a otras “formas” de la Sagrada Escritura decir lo mismo. Esas palabras me hacen remontar al momento de la creación del hombre; se nos dice que este fue creado a imagen y semejanza de Dios. Digamos que esa es la meta a la que debe aspirar todo creyente. Aquí Jesús está diciendo cómo es Dios. Ser imagen y semejanza suya es llegar a ser como Él mismo es.

La invitación hecha por Jesús a que seamos misericordiosos como lo es el Padre, el evangelista Mateo nos la tras­lada con otra categoría: “sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto”. Pero si nos remontamos al Antiguo Testa­mento, a Levítico 11, 44, nos encontramos con otra manera de formular el mismo pensa­miento: “sean santos porque yo, el Señor, soy santo”. Esta última formulación es recogida en la Primera carta de Pedro en un sentido eminentemente ético: “lo mismo que es santo el que les llamó, sean santos también ustedes en toda su conducta” (1, 15-16). Podemos afirmar, por consiguiente, que ser imagen y semejanza de Dios, ser santos, ser perfectos y ser misericordiosos, es la misma cosa.

El Evangelio de este domingo nos dice, además, de qué forma concreta se vive esta en­señanza de Jesús: evitando juzgar y condenar a los demás; perdonando y siendo genero­sos con ellos. ¡Qué difícil re­sulta todo esto! Pero nadie ha dicho que la vida cristiana sea fácil. Por eso, en el mismo Evange­lio de Lucas, Jesús in­vitará más adelante a sus se­guidores a que hagan bien los cálculos, como los hace un ge­neral antes de una batalla o un constructor antes de construir una obra, para que la buena intención no desemboque en fracaso.

En todo caso, con estas en­señanzas Jesús nos invita a no dejarnos atrapar por aquellos posibles enfrentamientos que atentan contra la convivencia humana. No hacerle el juego al malvado no es señal de debilidad ni de miedo; sino de una visión más profunda de la vida. Cuando la inteligencia fracasa (nuestra condición hu­mana) en seguida aparece la violencia (la condición animal). Prefiero una inteligencia triunfante, aunque aparezca revestida de pérdida, a otra fracasada, y disfrazada de éxito.

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