En la celebración de sus 50 años de ordenación al presbiterado, 24 de agosto, 2022, parroquia universitaria Nuestra Señora de la Anunciación, Santiago de los Caballeros, República Dominicana

   Gracias por estar aquí, junto a nuestro Arzobispo, autoridades y colegas de la PUCMM.

 Agradezco al Señor que me llamó, a la Iglesia, familiares, a tantas amigas y amigos, a la Compañía de Jesús que me han sostenido hasta llegar aquí.

Que estemos celebrando en esta parroquia universitaria de la querida PUCMM, debe mucho al P. Diego López Lujan, ausente por motivos de salud, a nuestro Padre Rector, Secilio Espinal Espinal, que se encuentra cumpliendo tareas de su cargo. Soy deudor de la generosa comprensión del Centro Bellarmino.

   El Evangelio de hoy, me retrata en un selfie junto a San Bartolomé, a quien Jesús de Nazaret fue librando de sus prejuicios y estrecheces. ¡Qué alegría haber conocido al Mesías y esperar de Él lo definitivo! Como reza el escudo de nuestro arzobispo, yo también puedo decir: “sé de quién me he fiado” (2ª Timoteo 1, 12).

   ¿Qué experiencias y convicciones han ido construyendo mi presbiterado a lo largo de estos 50 años?

  Antes de mi ordenación ya el anciano P. Leopoldo Malevez, S.J., teólogo belga de talla internacional a quien yo le tendía la cama,  me había enseñado tres lecciones: 1ª, todo lo que usted sabe, cabe en una maletica. 2ª. No se asuste de lo mal que usted cree en el Señor, eso no le traerá problemas al Señor, asústese de lo bien que el Señor cree en usted; ¡eso le cambiará la vida! Y 3ª, al final, de usted solo quedará lo que haya puesto en manos ajenas, no lo aprenda tarde, Manuel.

   Por los días de mi ordenación, la gente se acercaba a mí para que yo le pidiera favores al Señor, pero ya el gran favor ocurrió: el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros (Juan 1, 14). Jesús nos anunció  que el Reino está cerca (Marcos 1, 15), fue fiel hasta la muerte y el Padre lo resucitó de entre los muertos, rompiendo las ataduras de la muere,  con la fuerza del Espíritu (Hechos 2, 22 – 24; Romanos 1, 4). La verdad y el amor pleno se han revelado definitiva e irrevocablemente en Jesús de Nazaret, Dios no tiene nada más que revelarnos y que darnos. En su amor inconmensurable está la plenitud, la verdad y el favor de Dios (Juan 1, 16 – 18; Efesios 3, 14 – 21).

   Me ordenaron para servir su fe en este Jesús que nos consagra en un sacerdocio real. Mi presbiterado está al servicio de su sacerdocio. Ustedes fueron ungidas y ungidos en el Bautismo, en la Confirmación como reyes, profetas, hombres y mujeres llamados a consagrar con su trabajo la creación.

   El sacerdocio de Jesús, que es el nuestro, su sacerdocio y mi presbiterado, es un sacerdocio, que no se apoya en distancias sacrales, sino en la cercanía solidaria y salvífica, “pasó por donde pasamos, por eso nos puede ayudar” (Hebreos 2, 18). Nos fortalece con su debilidad, nos enriquece con su pobreza, nos lleva a la plenitud con su anonadamiento (Filipenses 2, 1 – 11).

Mis padres fueron creyentes cubanos de gran calidad humana. Me transmitieron su fe, su amor a la patria y su deseo de hacer el bien.

   Siendo niño, en mi clase en el Colegio de Belén de La Habana dirigida por el Hno. José Arrieta, S.J., preguntaron: “¿quién quiere ir a China a anunciar a Jesucristo? Con ocho años levanté mi mano y esa noche hablé con mis padres. Con su amistad, espero poder anunciarlo cabalmente.

A los doce años, el Padre Florentino Azcoitia, S.J., me enseñó a meditar la Biblia.

   En 1968, en unos Ejercicios Espirituales con el Padre Juan Manuel Montalvo Arzeno, S.J., descubrí y experimenté la fidelidad de Dios. Con gran alegría les predico: Dios es fiel, en Dios, solo se puede creer; creer, solo se puede en Dios.[1]

   A los 16 años, con el CEL del Colegio San Ignacio de Caracas me enamoré de las montañas. Yo subí de noche Naiguatá en Venezuela y nos amaneció admirando el inmenso Caribe con su promesa de hermandad. Esos amores por las alturas continuaron desde el 1976 hasta el día de hoy, junto al CEL  del Colegio Loyola y la Comunidad de Vida Cristiana de Santo Domingo. De noche y de día he oído al Yaque del Norte murmurar en Manabao en casa de unos amigos entrañables,  su todavía no cumplida esperanza serrana, y he escuchado la queja de su primo el Yaque del Sur por tierras sureñas olvidadas que aguardan un mañana mejor.

   Ando en la Compañía de Jesús desde los 17; lo que soy y espero ser está marcado por tantos compañeros, de todos ellos hoy quiero recordar a dos: Luis Oráa San Martín, S.J. y Jorge Cela Carvajal, S.J.

   En 1977 y 1984 fui evangelizado por dominicanas y dominicanos de Los Guandules en la margen occidental del Ozama. Junto a ellos viví el Huracán David el 31 de agosto de 1979. En verdad, el Padre ha revelado a esta gente sencilla la importancia de la hospitalidad, la solidaridad, la alegría de compartir y hacer el bien, la entereza para luchar por la vida en medio de circunstancias duras, con esperanza, “fe y amor.” Por eso son tan devotos de María, la mujer de pocas palabras que dijo sí y estaba de pie al pie de la cruz.

   Cuando llegué a República Dominicana en 1967, me sorprendía que los obispos hablaran tanto de la familia. Hace rato que humildemente aprendí que sin árboles, el país se quedará sin agua; sin familias nos quedaremos sin país. Con cuánta razón insisten nuestros obispos y los mejores elementos de nuestra sociedad en la familia, en la fidelidad matrimonial, sacramento que tanto me ha fortalecido. Como gusta de repetirme un amigo querido: “Padre Manolo, los matrimonios hemos hecho de usted un buen cura”. 

   Me duele que mucha gente no conozca a Jesús de Nazaret, su persona y su mensaje. A veces, los hombres y mujeres de la Iglesia, le damos importancia a muchas otras cosas y con razón se queja la gente de nosotros, como María Magdalena en el evangelio de Juan, “se han llevado a mi Señor y no sabemos dónde le han puesto” (Juan 20, 11 – 18).

   Desde 1967 he estado relacionado con gente joven. Me inquieta que tantas muchachas y muchachos estén tratando de construir un futuro-burbuja cerrado sobre ellos mismos exclusivamente. Por eso hay tanta frustración e infelicidad, especialmente entre los jóvenes de más recursos o de países prósperos, porque la felicidad del ser humano se construye con relaciones. La Palabra que me ha tocado anunciar nos invita a tomar en serio a las mayorías; a construir creativamente aquellas fuentes de trabajo, las  actividades que les permitan ser artífices de su propio destino como nos enseña el Magisterio de todos los papas desde la Rerum Novarum de León XIII. Junto a Mons. Agripino, el entonces Padre Alfredo y la Hna Oliva, aprendí que la Universidad católica tiene la vocación de sembrar ciudadanas y ciudadanos responsables y constructores de un cielo nuevo y de una tierra nueva. Me asusta ver a la juventud tan entretenida,  tarzanes obsesivos de pantallas, mucho “face”, poco “book”. También a ellos Jesús les dice: ¿cómo no entienden el tiempo presente y por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? (Lucas 12, 54 – 57). Con sobras no se construirá un país justo. Los pobres no son de Carlos Marx; son de Jesús de Nazaret. Todavía nos queda un poquito de luz, hay que andar apuraítos hacia la justicia antes de que caiga la noche (Juan  12, 35).

   Éste ha sido su mejor regalo: agradecer juntos. Ustedes son parte del ciento por uno prometido por Jesús (Mateo 19, 23 – 30). No seamos amigos solo para agradecer, atrevámonos a construir juntos. Encontrémonos de nuevo muchas veces apoyando a la Arquidiócesis de Santiago de los Caballeros, a mis hermanos párrocos, cuyo presbiterado entregado me inspira siempre, a las obras sociales de la arquidiócesis,  a la PUCMM, su pastoral juvenil, los campamentos, FUNCREEMOS, siembra del Padre Richard Bencosme. Si dan para eso, y les invitan a los Ejercicios Espirituales, a un retiro no lo duden. Conozcan las noches de oración de los miércoles de la Comunidad de Vida Cristiana santiaguera.  No le pidan al Señor: dame fuerza para mis proyectos; atrévanse a pedir: Señor, dame proyectos. Encontrémonos apoyando al ILAC  tan solidario, al Centro Bellarmino, Radio Santa María, Fe y Alegría, tengan mucho amor hacia mis compañeros jesuitas.

   Que se pueda contar con nosotros para todo “lo noble y justo”  (Filipenses 4, 8). Junto al pueblo dominicano, hermano mayor en la fe de todos los pueblos de América, confesemos con San Bartolomé a Jesús como el Hijo de Dios (Juan 1, 45 – 51) y no olvidemos jamás, que si la bandera lleva una cruz, en verdad, es la cruz la que lleva la bandera.

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