Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban. (Hechos de los apóstoles 5, 12-16)

Sabemos que a raíz de la experiencia de resurrección, los primeros seguidores de Jesús comenzaron a reunirse en su nombre liderados por Pedro. La primera comunidad de la que tenemos testimonio es la surgida en Jerusalén, en torno al templo. Los primeros cinco capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles apuntan sus focos hacia allá. Sin embargo, con los datos que nos aporta Hechos difícilmente se pueda reconstruir una imagen certera del inmediato contexto social y de las condiciones en que surgió esa primera comunidad. Recordemos que el autor nos ofrece una “historia idealizada” y “teologizada”. No sabemos nada preciso acerca de dónde vivían ni dónde se reunían los seguidores de Jesús, excepto los pocos datos que se nos dan de su actividad alrededor del templo.

Decimos que Hechos de los Apóstoles nos presenta una “historia idealizada” y “teologizada” de la primera comunidad surgida en Jerusalén porque leyendo el texto en seguida nos damos cuenta de que el autor sugiere que esa comunidad es el único centro del cristianismo en sus inicios. En el centro de la misma están los doce apóstoles, y de estos destacan los tres más cercanos a Jesús: Pedro, Santiago y Juan. Ellos aparecen como los únicos testigos de la experiencia originaria. De Jerusalén salen todos los impulsos misioneros o son ratificados por sus dirigentes. No hay misión ni comunidad legítima que no esté vinculada directa o indirectamente con la Ciudad Santa. Ella es el único referente geográfico del cristianismo naciente.

El texto que se nos ofrece hoy como primera lectura, una especie de sumario sobre la primera comunidad cristiana, responde a esta mentalidad. Nos ofrece varios datos: los apóstoles hacían signos y prodigios (se supone que son acciones milagrosas); se reúnen bajo una aparente presencia protectora, en un área del Templo conocida como pórtico de Salomón (“los demás se atrevían a juntárseles”, dice el texto. ¿señal de respeto?); cada vez se les unían más adeptos; Pedro, cabeza del grupo, es presentado con un poder espiritual sanador, como había ocurrido con el mismo Jesús. El ministerio sanador del Maestro se prolonga en sus seguidores. Con estos datos el autor nos sitúa ante una comunión compacta vivida por los miembros de aquella primera comunidad y la continuidad de su misión con la de Jesús. Sin duda estamos ante la imagen programática ideal que el autor quiere transmitir.

Lo que sí es creíble, a pesar de las infladas estadísticas que el autor de Hechos nos transmite, es que esa nueva secta surgida en el seno del judaísmo, y que luego vendría a llamarse Cristianismo, debió de crecer con cierta rapidez.  El texto de hoy simplemente nos dice que “crecía el número de creyentes”, otros hablan de “tres mil convertidos” y “cinco mil creyentes”. Y lo más probable es que de esta comunidad formaran parte judíos de todos los estratos de la sociedad. También es muy verosímil que al principio los lugares de reunión fueran resultado de la improvisación. El texto de hoy nos da una pista sobre uno de esos lugares al decirnos que “se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón”. Esto nos muestra que, sin duda, la principal motivación para que decidieran reunirse era religiosa: la experiencia común de Cristo resucitado.

Tal vez extrañará al lector de esta página el hecho de que haya calificado el cristianismo naciente (la primera comunidad cristiana de Jerusalén) de secta. Dejemos que sea uno de los más versados estudiosos de los comienzos del cristianismo en nuestros días quien insista en el asunto: “si nos preguntamos qué definición cuadra con el nuevo movimiento generado por la misión, muerte y resurrección de Jesús, la mejor y más breve respuesta es ‘secta mesiánica’… Como las sectas de los fariseos y saduceos, funcionaban dentro del cuerpo materno del judaísmo del Segundo Templo, el mismo en el que se había desenvuelto Jesús. Puede llamarse ‘secta’ en cuanto que empezó como una facción dentro del judaísmo del siglo I, que divergía de otras facciones, pero no negaba ser parte del judaísmo” (James Dunn). Y como él piensan muchos otros estudiosos.

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