Vio aquella muchedumbre

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Con su mirada, Jesús descubrió lo que había en el interior de aquellas personas:

necesidad y deseo de pan.

 

 

Con la secuencia de tres verbos describe el evangelista los senti­mientos de Jesús hacia la multitud que lo sigue: vio, se compadeció y curó. Lo primero es lo primero. Y lo primero es ver lo que pasa, lo que acontece, lo que sucede. No podré reconocer la situación del otro si antes no lo veo. Se trata de un ver particular, el ver que brota de un corazón limpio. Es necesario tener ojos limpios, consecuencia de la limpieza de corazón, para descubrir la situación del otro.

Una mirada limpia ni avalúa ni pasa factura. Es la mirada de la gracia. De eso nos habla la pri­mera lectura de este domingo: “Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman, tomen vino y leche sin pagar”. Es también la invitación que Jesús hace a sus discípulos cuando estos le dicen que despa­che a la gente para que vayan a comprarse de comer: “No hace falta que vayan, denles ustedes de comer”. Son los ojos de la fe los que impulsan a tomar actitudes como estas. Por los ojos de la fe confia­mos en la otra persona y confia­mos en que lo que tenemos no se acabará por el hecho de compartirlo. Es una mirada hecha sin segundas intenciones, esa que brota de las profundidades de un corazón limpio. Es un mirar en el que nos olvidamos de nosotros mismos para posar la vista en la miseria del otro.

El ver de Jesús en el Evangelio de este domingo no es el ver del espectador que mira desde lejos lo que pasa en el escenario. El segundo verbo de la secuencia nos dice de qué tipo es su mirada: se trata de una mirada compasiva. Una mirada que deja que el otro, con su situación concreta, entre al cora­zón, lo estremezca y lo mueva a hacer algo. Tercer verbo: curó. Re­pito, la compasión y la curación a la que esta conlleva, han sido precedidas por el ver de una pura mirada. Esa mirada que va hasta el fondo de las cosas y descubre en su interior el misterio que en­cierran.  Con su mirada, Jesús descu­brió lo que había en el interior de aquellas personas: necesidad y deseo de pan. La necesidad apunta al pan material, y el deseo, al pan espiritual. Ambos panes son necesarios para la vida. Quien solo da el pan material podría estarse moviendo en el ámbito del populismo y la demagogia; quien además ofrece el pan espiritual, busca el bien de las personas. Sólo quien ve al otro con mirada limpia descubre en él tanto la necesidad del pan material como el deseo del espiritual.

Mirar tiene que ver con contemplar. Cuando en verdad miro al otro, no solo lo veo, sino que lo contemplo, y en el ejercicio de contemplación descubro detalles que pasan desapercibidos cuando solo le echo una mirada. Es posible que los discípulos solo hayan echado una mirada sobre la multitud; Jesús, por el contrario, los vio. Quien solo echa una mirada ve una oleada de gente, una masa informe de la que es preciso escapar; quien ve contemplativamente posa la mirada sobre cada individuo y descubre en ellos la imagen de Dios. No es extraño que “Theos”, Dios, derive posiblemente de “theasthai”, mirar. Cuando contemplo con detenimiento el rostro del otro descubro el misterio de Dios que se encierra en él.

Jesús, “vio aquella muchedumbre”. No se trata ni de echar un vistazo ni de una mirada curiosa, como cuando se persigue con la mirada a un animal que huye. Es la mirada atenta que busca captar la necesidad del otro. Quien solo echa un vistazo pasa por encima de las personas; quien las ve con una mirada contemplativa penetra en su interior y recibe como res­puesta la transformación de sí mis­mo: “se compadeció de ella y curó a los enfermos”.

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