“Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor.” Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor”. (Is 2, 1-5)

Empezamos el Adviento, y Tú, Señor, nos regalas un texto preñado de esperanza. Se trata de Isaías 2, 1-5. Lo leo y descubro cómo el profeta nos propone una visión de futuro donde prevalecerá la paz. Todo su libro es una meditación profética sobre la historia, con todo lo que ella tiene de drama, enigma y esperanza. Precisamente de esperanza me habla el texto que ahora medito. La esperanza de un mundo en paz. El mejor de los mundos posibles. Me hace pensar que la historia no termina en el presente, sino en un futuro donde reinará la paz.

Busco noticia sobre el profeta Isaías y descubro que fue testigo de una sociedad dividida y de un tiempo agitado. Caigo en la cuenta de que pertenecía a la alta clase social de Jerusalén y que su mensaje está dirigido a gente que anhela tener paz. Pienso en el profeta y lo comparo con el médico que ausculta a su paciente para diagnosticarle su mal. En cuanto hombre que mira desde Dios, penetra la realidad en la que vive y descubre lo que pasa en sus entrañas. Noto que Isaías no solo explora la realidad que vive, sino que también es capaz de escudriñar el desenlace de la historia.

Caigo en la cuenta de que en su lectura de la historia el profeta vislumbra un futuro promisorio, repleto de bonanza, los dispersos serán reunidos en una Jerusalén esplendorosa, la cual será constituida casa de multitudes. Allí todas las personas reunidas serán instruidas en la voluntad de Dios y en la práctica de la justicia. Esto me hace recordar la estrecha relación que existe entre la justicia y la paz, tal como han resaltado en diversas oportunidades los últimos pontífices. 

Al leer que hacia el monte del Señor confluirán pueblos numerosos, y al escuchar la repetida invitación “Venid, subamos”, “ven, caminemos”, me siento invitado a emprender el camino con la esperanza de que también yo alcance la paz que anhela mi corazón. Una paz que se vuelve fraternidad universal. Cuando el texto me invita a “subir” me hace pensar en la peregrinación a algún santuario donde en ambiente festivo se celebra el encuentro con el Señor y los hermanos. Me doy cuenta de que no se trata de cualquier santuario, sino del “monte del Señor”, de la “casa del Dios de Jacob”, de Jerusalén, única ciudad que existe dos veces, en la tierra y en el cielo. ¿Me estarás invitando, Señor, a un doble encuentro contigo, tanto en la tierra como en el cielo? ¿Acaso el Adviento consiste en vivir ese doble movimiento?

Medito estas cosas y concluyo que podría ser así. El Adviento me habla de preparación para el encuentro espiritual con el Niño Jesús la noche de Navidad, en esta Jerusalén terrestre que es mi propia circunstancia; me habla también de preparación para el encuentro definitivo con Él en la Jerusalén celestial. ¿Se puede dar uno de esos encuentros sin que ocurra el otro?  En todo caso, el encuentro contigo, Señor, implica fe y adhesión incondicional a ti. Es precisamente lo que posibilita que las personas de todas las naciones gocen de la oportunidad de formar parte de tu pueblo. Creo que algo así es lo que afirma Pablo cuando dice que “independientemente de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios… la justicia que Dios, mediante la fe en Jesucristo, otorga a todos los que creen” (Rm 3, 21-22). Entiendo que es gracias a Jesucristo que Tú, oh Dios, nos has abierto a todos, la puerta de la salvación. Él es el príncipe de la paz, quien nos prepara la mesa y nos espera en Navidad.

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