Por: Reynaldo R. Espinal

rr.espinal@ce.pucmm.edu.do

La carta de Trujillo a Monseñor Beras, recabando su parecer en torno al acariciado propósito de que se le otorgara el título de “¡Benefactor de la Iglesia”, continuaba en los siguientes términos:

“Ante esa actitud del Excelentísimo Señor Obispo Monseñor Tomás F. Reilly, lo lógico parece ser que en lo sucesivo me abstenga de intervenir, como lo he venido haciendo desde hace largos años, en favor de cuantas solicitudes puedan favorecer las actividades de la Iglesia Católica y contribuir a la realización de su obra de bien

Social y espiritual en la República Dominicana. De esa manera desaparecería naturalmente todo motivo para manifestaciones como la que ahora sustenta una inmensa mayoría del pueblo dominicano, que constituye una expresión absolutamente espontánea del espíritu público a la cual he querido permanecer ajeno no obstante la legítima satisfacción que me produce como refrendación pública de cuanto he hecho en favor de una de las causas más nobles en que puede interesarse un gobernante en nuestro país: la del auge del culto católico que tan íntimamente se halla unido al nacimiento de nuestra nación y la reafirmación de nuestros atributos más preciosos como país soberano.

Mucho me complacería conocer la opinión de Vuestra Excelencia acerca de los escrúpulos que me inspira esta carta y que se justifican por la significación que tienen en lo que respecta a la conducta que me competa observar en lo adelante cuantas veces se solicite mi intervención en asuntos que atañen a la Iglesia Católica en la República Dominicana.

Saluda a Su Señoría Ilustrísima muy respetuosamente y besa su anillo pastoral,

Rafael L. Trujillo.

Cinco días después, Monseñor Beras, con el tacto propio del lenguaje eclesiástico, responde la misiva de Trujillo con una denegación implícita, en los siguientes términos:

                                                                                                      Ciudad Trujillo,

                                                                                                   4 de abril de 1960

Excelentísimo Señor

Generalísimo Dr. Rafal L. Trujillo Molina

Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva,

SU DESPACHO.

Tengo el honor de referirme a la atenta carta que tuvo a bien dirigirme el 31 de marzo próximo pasado, en relación con la actitud futura de su Excelencia en cuanto a vuestra intervención en obras de la Iglesia.

Abrigo el convencimiento de que Vuestra Excelencia, como católico, continuará prestando toda colaboración a la Iglesia. Es doctrina de esta que todos sus hijos tienen el derecho ineludible de colaborar en sus obras, obligación que aumenta, en proporción de las posibilidades y la autoridad con que la Divina Providencia inviste a cada uno. Además, quien favorece a la Iglesia, beneficia siempre al pueblo.

Si la Iglesia ha recibido y recibe ayuda de un gobernante católico, Vuestra Excelencia tiene sobradas pruebas de que Ella ha rendido servicios en todos los aspectos de la vida de la Nación, y estoy seguro de que su Apostolado en nuestra Patria representa para Vuestra Excelencia verdadera satisfacción.

Por lo demás, el Señor, inmensamente justo, recompensa aún en este mundo dando el “ciento por uno”, conforme al espíritu del Evangelio: “pues el que os diere un vaso de agua en razón de ser discípulo de Cristo, os digo en verdad que no perderá su recompensa” (S. Marcos 9, 41).

Refiriéndome al Refiriéndome al título de “Benefactor de la Iglesia”, he de informarle con toda sinceridad que los Excelentísimos Señores Obispos, de acuerdo con el procedimiento en vigor actualmente en la Iglesia, no pueden menos de reconocer que títulos de tal índole sólo pueden emanar de la Autoridad competente, que es, en este caso, la Sede Apostólica.

Según el principio jurídico “ubi maior minor cessat”  los Obispos son incompetentes para otorgar este título; tanto más, cuanto que la Santa Sede ha reconocido los relevantes méritos de Vuestra Excelencia con altas distinciones pontificias que no fueron concedidas a ningún otro gobernante en nuestra República, antes de Vuestra gestión pública.

Por otra parte, la Iglesia reconoce oficialmente estos méritos de Vuestra Excelencia al hacer públicas plegarias establecidas oportunamente en el Concordato.

Agradezco la amabilidad de Vuestra Excelencia por haber querido oír mi opinión en asunto de tan grande importancia. Saluda muy atentamente a Vuestra Excelencia con los mejores votos en el Señor,

OCTAVIO A. BERAS

Arzobispo Titular de Ucita

Administrador Apostólico “Sede Plena”

de Santo Domingo.

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